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VISITANTES INTANGIBLES: EXPERIENCIAS CERCANAS DE APARICIONES Y ENCUENTROS CON MEDIUMS
Presentación de Alejandro Parra
El pasado 22 de Noviembre se celebró la Sexta Mesa Redonda Magistral bajo el título del epígrafe, presentado por Juan Manuel Corbetta y coordinado por Alejandro Parra en el Museo Roca –Instituto de Investigaciones Históricas como parte del Programa “Patrimonio y Creencias”. Los expositores invitados fueron el psicoanalista y psicólogo Mauro Vallejo, la historiadora Soledad Quereilhac y el médium Sebastián Lia, argentino que radica en Santiago de Chile.
Las experiencias de apariciones han perturbado –pero también fascinado– a artistas, religiosos, científicos, escritores, e historiadores a lo largo de la evolución humana. Una aparición es la manifestación de espíritus, esencias, o “energías” de aquellos que han dejado su huella en la tierra; capaces de ser percibidos a través de una singular sensibilidad: la mediumnidad. Las experiencias con tales visitantes, cuyas raíces se pierden en la historia de los tiempos a través de profetas, místicos, mediums, y esoteristas, ocupan un amplio espectro que hila la cordura –en un extremo– y la locura –en el otro. Las apariciones, o los así llamados “fantasmas”, son vestigios de un remoto pasado cuya ínfima vida se consume en el tiempo, y cuestionan los límites de lo que consideramos real, y –al menos para quienes tuvieron encuentros con éstas– hoy parecen incuestionables.
Existe una variedad de experiencias en diferentes períodos históricos y sociedades, de acuerdo con la función social que alimenta la creencia en apariciones. Sin embargo, no existe total certeza respecto de si tales variedades existen por la experiencia en sí misma o solamente por la reconstrucción cognitiva de los testigos y su descripción al narrar la experiencia.
Detalle del público participante en la Sexta Mesa Redonda Magistral 2014 “Visitantes Intangible”.
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De izq. a derecha: Alejandro Parra, Sebastián Lía, Soledad Quereilhac y Mauro Vallejo.
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VOCES DEL MÁS ACÁ: ESPIRITISTAS Y MÉDICOS EN LA CULTURA CIENTÍFICA DE BUENOS AIRES (1880-1900)
Mauro Vallejo*
Durante largas décadas, la confluencia de dos matrices interpretativas referidas a la cultura científica finisecular produjo un opacamiento de los elementos que aquí interesan. Nos referimos, de un lado, a la caracterización de los científicos de Buenos Aires, particularmente de los médicos, como un grupo homogéneo y compacto, cuyo rasgo central estaba dado por la defensa de una perspectiva positivista. Rechazo del espiritualismo, creencia en lo cuantificable y afán de regeneración social conformaban el trípode que, siempre según esas viejas lecturas, aglutinaba a los representantes de una corporación médica que, merced a exitosas estrategias de conquista de poder, había cumplido una función esencial en la faena de constitución del Estado Nacional y de modernización de sus instituciones sanitarias y pedagógicas. Cabe ubicar, de otro lado, a los relatos que, a la hora de abordar la presencia de corrientes o credos alternativos (espiritismo, esoterismo, etc.), o bien insistían en ubicarlos en espacios marginales del entramado cultural, o bien los tomaban como meros receptores de las medidas represivas o difamatorias de la ciencia hegemónica.
José María Ramos Mejía (1842-1914) fue un médico, escritor y político argentino, que en 1873 fundó el Círculo Médico Argentino, y se especializó en enfermedades mentales y en los tratamientos para la neurosis. Para Ramos Mejía: “La creencia en los espíritus no es sino un caso de atavismo intelectual favorablemente fecundado por las aptitudes cerebrales viciosas de la inocente credulidad de otros siglos. Son débiles de la mente los espiritistas, porque son cerebros que han evolucionado incompletamente por razones de herencia mórbida” (Ramos Mejía, 1889).
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Ahora bien, en los últimos años hemos aprendido a ver con otros ojos esas dos zonas de la vida cultural de Buenos Aires. Hemos aprendido sobre todo a valorar de otro modo las comunicaciones y mutuas porosidades entre dos territorios que hasta hace poco eran vistos como infinitamente distantes. En primera instancia, algunas investigaciones nos han ayudado a tomar a la ciencia médica como un rompecabezas complejo y policromo, plagado de zonas grises y tensiones. El retrato de los médicos formando un clan disciplinado y seguro de sí mismo ha debido ser abandonado, y de a poco reemplazado por una representación más escarpada, en la cual ni los médicos gozaban de tanta autoridad en los espacios sanitarios y políticos que habitaban, ni la disciplina quedaba exenta de contaminaciones y negociaciones constantes con otros saberes y tradiciones que le disputaban sus prerrogativas (Di Liscia, 2003; Pita, 2012). En segunda instancia, la irrupción reciente y casi simultánea de trabajos provenientes de distintas disciplinas u orientaciones, han modificado de modo radical la visión que se poseía sobre la presencia en la cultura finisecular de actores, creencias, discursos y prácticas ligadas a lo “esotérico”, lo “paranormal” o las “ciencias ocultas” (Bubello, 2010; Quereilhac, 2010; Gimeno, Corbetta & Savall, 2013). Uno de los valores esenciales de esos trabajos reside en que restituyeron a esos hechos su su legítima presencia en el desenvolvimiento de la cultura porteña, incluso de la cultura letrada. Las creencias y argumentos de esas tradiciones alternativas no solamente formaban parte de la vida cotidiana de muchas personas (que asistían a sesiones espiritistas, que se mantenían informadas sobre literatura kardeciana o teosófica, que ante problemas de salud consultaban a médiums, magnetizadores o curanderos, etc.) sino que aportaban asimismo objetos, conceptos y nociones a a escritores, artistas, intelectuales y científicos.
El objetivo de este trabajo es de alguna forma continuar esa senda ya trazada. En esta oportunidad nos concentraremos particularmente en el modo en que los miembros de la Sociedad espiritista Constancia participaron activamente de algunos debates y controversias en los que también tomaron parte los médicos de la ciudad. Nuestro designio será revisar las estrategias retóricas y argumentativas con las que los kardecianos porteños de fines de siglo hicieron oír su voz en algunos episodios resonantes de la cultura científica del período. A esa meta responde el título de este breve artículo. Más que equiparar a los espiritistas con las voces del más allá -sintagma que, de modo voluntario o no, sirve para expulsar sus quehaceres de la cultura terrenal en que estaban activamente insertos-, resulta legítimo reconstruir con qué eficacia dieron forma a una voz del más acá. Los kardecianos lograron edificar un emplazamiento de enunciación original y sofisticado, desde el cual fueron capaces de intervenir legítimamente en debates referidos a problemas capitales de la cultura científica. A través de sus debates y controversias con los médicos porteños, los espiritistas supieron diagnosticar puntos sensibles del discurso galénico. A través de sus contiendas con los profesionales, se comportaron como eximios descubridores de zonas sintomáticas de un saber médico que en la mayoría de los casos les era adverso.
EL POSITIVISMO EN SU PROPIA TRAMPA
Cuando se piensa en las relaciones que pudieron haber mantenido los médicos porteños y los espiritistas a fines de siglo, una travesía unidireccional surge espontáneamente como la respuesta necesaria y suficiente. De hecho, no faltan documentos para reconstruir de qué manera los galenos de Buenos Aires, sumando su voz a la de otros científicos y sobre todo a la de la Iglesia, realizaron distintos ensayos para denunciar la naturaleza mórbida de las prácticas espiritistas. Las creencias y los rituales kardecianos fueron desde muy temprano interpretados por los doctores, ya sea como factores que indefectiblemente provocaban la locura, ya como fenómenos que solamente podían lograr aceptación en mentes que de antemano estaban aquejadas por estados patológicos. Al desarrollar esos argumentos, los médicos se alienaban claramente con los tribunos del catolicismo. En efecto, una nítida línea de continuidad podría trazarse entre los enunciados que los defensores del catolicismo dedicaron al credo kardeciano y los planteos -menos numerosos, por cierto- con que los médicos colaboraron en esa campaña.
Desde bien temprano la Iglesia local decidió presentar batalla contra el espiritismo. En lo que constituye el primer tratado sobre magnetismo publicado en el país, la obra escrita en 1872 por el presbítero Miguel Angel Mossi contiene de alguna forma muchos de los preceptos con que los católicos condenarán al espiritismo durante largas décadas (Mossi, 1872). Mediante el establecimiento de una analogía entre espiritismo y magnetismo, el autor efectuaba una condena moral de ambos elementos, acusándolos de poseer una naturaleza diabólica 1 .
Los médicos se sumaron poco después a esa empresa. Cabe hablar sobre todo de Lucio Meléndez, director del Manicomio de hombres (Hospicio de las Mercedes, hoy Hospital Borda) y el alienista más prestigioso del período. A través de breves escritos impresos en la revista de medicina más importante de la ciudad, el doctor rápidamente se transformó en uno de los enemigos más recalcitrante que el espiritismo local tuvo entre los científicos. En 1882 lanzó su primer dardo mediante el relato de un paciente internado en el asilo a su cargo (Meléndez, 1882). Se trataba de un joven estudiante que, según el médico, tenía una fuerte predisposición hereditaria a la enfermedad. Su aproximación a los textos y las sesiones espiritistas había operado por disparador de ese fondo patológico. El texto no brindaba empero demasiadas precisiones sobre el mecanismo o los síntomas de la enfermedad, demorándose en cambio en irónicos comentarios contra las teorías de Kardec o la figura de Cosme Mariño. Con el correr de los años, Meléndez daría a la imprenta escritos del mismo tenor (véase, por ejemplo, Meléndez 1886).
Esa batalla entre los galenos y los kardecianos alcanzaría su máxima expresión en un libro de casi 500 páginas publicado en 1889. Nos referimos al volumen Espiritismo y locura. Sus relaciones recíprocas escrito por un joven profesional, oriundo de Córdoba, llamado Wilfrido Rodríguez de la Torre. Dejamos para otra ocasión el análisis pormenorizado de las tesis contenidas en esas páginas. Nos alcanza con subrayar que el cometido del autor era mostrar la naturaleza alucinatoria de los fenómenos espiritistas. Valiéndose de innumerables ejemplos extraídos de algunos tratados clásicos de la psiquiatría francesa, Rodríguez de la Torre recorría con espíritu parsimonioso los trastornos que podían aquejar a cada uno de los sentidos, y buscaba indicar a cada instante la homogeneidad de las alteraciones mórbidas y los hechos de los acólitos del kardecismo. Resulta más que sorprendente que esa obra no haya recibido hasta el momento la atención de los historiadores de la medicina o de la psiquiatría a nivel local. En un contexto en que el mercado editorial vernáculo, para el lamento reiterado de los escritores e intelectuales, era sobremanera modesto, la publicación de un libro de psiquiatría era, si no una excepción, sí al menos una rareza. Máxime si tenemos en cuenta el generoso volumen del libro en cuestión. Dejando de lado las revistas del gremio y los informes sanitarios financiados por el gobierno, los médicos porteños rara vez publicaban un libro; debían contentarse con imprimir unas pocas decenas de ejemplares de sus tesis (normalmente escuetas y superficiales), que difícilmente lograban circular por fuera de las paredes de la Facultad de Medicina. Muy de tanto en tanto lograban superar esas limitaciones, sobre todo cuando ensayaban articulaciones entre el saber médico y problemáticas ligadas a la política, la historia, la criminalidad o el destino de la Nación -fue el caso sobre todo de José María Ramos Mejía, quien ya en 1878, con su prematuro ensayo sobre los hombres célebres, inauguró una fecunda tradición.
Miembros de la Sociedad espiritista Constancia participaron activamente de algunos debates y controversias sobre el espiritismo en los que también tomaron parte los médicos. Constancia fue una de las primeras revistas de espiritismo en América Latina.
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No es momento de lanzar conjeturas que expliquen el rápido olvido en que cayó el libro de Rodríguez de la Torre. Su inmediato fallecimiento fue seguramente lo que más colaboró para que su nombre se borrara rápidamente de la memoria de sus contemporáneos 2. La razón por la cual nos detenemos en ese volumen es que su aparición produjo por parte de los espiritistas de Constancia el tipo de intervenciones que nos interesa rastrear en esta oportunidad. De hecho, la respuesta se efectuó en dos tiempos: hubo una primera reacción inmediata, impresa apenas el libro comenzó a circular por la ciudad; y una segunda, tres años después, mucho más elaborada. De todas formas, en aras de comprender esa reacción, es menester recordar que Espiritismo y locura llevaba una larga introducción de Ramos Mejía –a quien, por otro lado, estaba dedicado el libro. Dicho en otros términos, el volumen del médico joven y con una carrera promisoria, fue presentado en sociedad con un fuerte respaldo de quien por ese entonces era uno de los médicos más prestigiosos del salud, y uno de los científicos más conocidos por fuera de su círculo específico 3. Más aún, lejos de ser una introducción diplomática y vacía, el escrito de Ramos Mejía presenta una densidad teórica destacable, y respecto de la condena del kardecismo, su mensaje era tal vez más contundente y demoledor que el del propio libro. Como nunca antes en su obra escrita, Ramos Mejía se muestra en esa introducción como un férreo defensor de un determinismo hereditarista. Siguiendo al pie de la letra los postulados de la teoría de la degeneración, entiende que los espiritistas son los miembros de una rama degradada de la especie, que por sus características se ve empujados a abrazar creencias y prácticas que no son sino resabios de antiguos ritos y supersticiones 4.
Esas consideraciones de Ramos Mejía fueron el objetivo primordial de la primera reacción de los redactores de Constancia ante la aparición del libro editado en 1889. Esa temprana respuesta figuró en la primera página del ejemplar de la revista distribuido el 31 de Octubre de 1889. Al revisar ese breve texto, un contraste resulta tan sorprendente como ilustrativo. Elogiosas palabras dedicadas a Rodríguez de la Torre comparten espacio con irónicos ataques al prologuista de la obra 5. Así, de este último se afirma que “...se ha creído en el caso de decir algo sobre la materia, y como tratándose de espiritismo cualquiera es bueno para rebatirlo y las paparruchas se presentan a los ojos (alucinados íbamos a decir) de las multitudes, como gigantescas verdades descubiertas por la ciencia, de ahí que el doctor Ramos Mejía desempeñe su papel con más confianza en su propio prejuicio que en los hechos que desconoce, y los desconoce porque los desprecia”. Valen aquí dos comentarios sobre ese curioso contraataque. De un lado, es evidente que una vez más los espiritistas se sintieron complacidos por el hecho de que alguien del mundo de la ciencia hubiera decidido ocuparse de sus doctrinas y acciones. Al igual que en los enfrentamientos con Puiggari y Peyret (en 1881 y 1885 respectivamente), los kardecianos, con sobrada astucia, vieron en esas batallas la ocasión ideal para dar visibilidad pública a sus teorías (Mariño, 1933; Quereilhac, 2010). ¿No constituyó el libro de Rodríguez de la Torre el último soldado de esas ansiadas peleas? Bajo esa luz resulta comprensible no solamente el tono respetuoso con que los redactores de Constancia trataron al joven médico, sino el hecho de que planearan redactar un libro -anunciado para unos meses después, pero nunca concretado- en respuesta a Espiritismo y locura. De otro lado, la estrategia implementada para con Ramos Mejía podría ser vista del siguiente modo. La distancia entre la alabanza a Rodríguez de la Torre y la embestida contra el prologuista puede ser traducida, a fin de cuentas, como el hiato que separa el aprecio por los hechos y el desdén por las especulaciones o prejuicios desinformados. Desde nuestro punto de vista, en su respuesta a Ramos Mejía los espiritistas se apropiaron de la crítica que normalmente les era enrostrada –la de desconocer los fenómenos y guiarse solamente por sus creencias. El autor del libro era visto como alguien que, al igual que los propios miembros de Constancia, se había tomado el trabajo de analizar de cerca los hechos, mientras que Ramos Mejía, por el contrario, era de esos que, movidos por sus pasiones, hablaban sin saber, sustentados solamente por especulaciones y preconceptos.
La respuesta definitiva llegó con una larga demora, en octubre y noviembre de 1892. Dada esa tardanza, y dado que esta vez el destinatario exclusivo de las columnas de Constancia era Ramos Mejía, cabe la sospecha de que ese nuevo ataque contra el médico se debió a la edición de Estudios clínicos sobre las enfermedades nerviosas y mentales, libro que compilaba diversos trabajos científicos y pericias, y reproducía el prólogo de 1889 6. El primer artículo, aparecido el 30 de octubre, se encargaba de desarrollar en extenso las viejas críticas sobre el proceder meramente especulativo del médico 7. Le reprochaban sobre todo que al diagnosticar que los espiritistas se correspondían con la categoría de “degenerados del carácter”, incurría en una visible inconsistencia, pues la más superficial de las observaciones dejaba en claro que ninguno de los rasgos de la degeneración eran detectables en los miembros del kardecismo. La continuación se imprimió en el número siguiente, y en ese segundo artículo la objeción recaía, en parte, en la debilidad de los fundamentos de la teoría que Ramos Mejía quería aplicar. En efecto, desde Constancia su puso de relieve el carácter irreal de la teoría de la herencia, compartida por amplios sectores de la comunidad científica de fines de siglo: “...una herencia psíquica, que los sabios no pueden todavía acertar de dónde arranca, pero sí de que sois víctimas de ella. (...) Por lo demás, la teoría de la degeneración del carácter que el Dr. Ramos Mejía le hace extensión a los espiritistas, no es científica, porque no se funda en hechos ni en observaciones de ningún género” 8.
Sería forzado ensayar una línea de continuidad entre esas palabras impresas en Constancia en 1892 y otro ataque que Ramos Mejía recibiría tres años más tarde a propósito del mismo punto, el más doloroso de su carrera. Nos referimos a la introducción que Paul Groussac escribió en 1895 para su libro La locura en la historia (Groussac, 1895). En esas páginas del director de la Biblioteca Nacional todos y cada uno de los postulados de la teoría hereditaria pregonada por el médico eran demolidos con paciencia y erudición. Decíamos que sería osado pretender que la crítica de Goussac ya estaba de alguna forma anunciada en las páginas de la revista espiritista. El punto que sí nos gustaría poner de manifiesto -y el aspecto que pretendemos ilustrar mediante el análisis de otros dos episodios de la cultura científica de esa década- es la posibilidad y la pertinencia de incluir esos enunciados de los kardecianos en el contexto más vasto de su tiempo. No solamente supieron responder a los embates de los médicos porteños, sino que dando fe de una lectura aguda y minuciosa de los movimientos de los doctores, construyeron diagnósticos muy precisos y reveladores sobre zonas de tensión, debilidades y núcleos conflictivos de la disciplina galénica. Dicho con otras palabras, el día en que se rearme el mapa exhaustivo de los debates suscitados por la medicalización instaurada en Buenos Aires en el último cuarto del siglo XIX, la voz de los espiritistas deberá figurar en ese relato como un protagonista privilegiado.
VINDICACIÓN DE LOS CURANDEROS
El primer caso a analizar concierne a las controversias generadas en octubre de 1891 cuando un curandero muy popular de la ciudad, Mariano Perdriel, fue acusado de ejercicio ilegal de la medicina por el Departamento Nacional de Higiene. A raíz de esa imputación, diversos periódicos realizaron una completa cobertura informativa del episodio, y de inmediato se instaló un debate entre dos de ellos, El Diario y La Nación. Al respecto, haremos un doble recorrido. En primer lugar, ofreceremos un análisis sucinto del modo en que el diario fundado por Mitre salió en defensa de Perdriel. En segundo lugar, destacaremos los puntos de contacto entre los enunciados de ese órgano de prensa de los sectores letrados y las opiniones que sobre el mismo particular vertieron los espiritistas.
El día 9 de octubre se imprimió la primera de las numerosas crónicas entusiastas sobre Perdriel 9 . Además de lamentar los “errores de apreciación” de su colega El Diario, el redactor de esa nota se dedicaba a dejar asentados los siguientes puntos. Primero, que los representantes de la ciencia, en vez de mirar con recelo al curandero, deberían más bien observar y estudiar de cerca los fenómenos. Segundo, que su labor no supone una competencia a los médicos, pues se dedica a “aquellos que los médicos reputan incurables”. A ese respecto, el redactor informaba que el Consejo de Higiene ya lo había citado con anterioridad, luego de la denuncia de un médico extranjero. Luego de oírlo y persuadirse de que su tratamiento no acarreaba los peligros del curanderismo, decidieron no aplicarle multa alguna. El periodista insistía, en efecto, que Perdriel no recetaba brebajes peligrosos, y que por ende su labor no implica un riesgo para la salud general. Tercero y último, la nota contenía una frontal recriminación a la actitud de aquellos que se burlaban de fenómenos que no comprendían -y no es aventurado sospechar que esa crítica iba dirigida en parte a los médicos-: “¡Qué mucho que se burlen del hombre que cura con la mano cuando hace pocos años se consideraba charlatanes de feria á los magnetizadores! No hace mucho que después que hombres competentes observaron y comprobaron los fenómenos de la sugestión, se dió entrada en el reino de la ciencia al hipnotismo”.
Al día siguiente, en el mismo espacio del diario, el periodista publicaba una presunta carta recibida a propósito de Perdriel, firmada con el pseudónimo de “Profano” 10. Esta vez la diatriba contra la corporación médica aparecía sin velos. Merced a un tono burlesco e irónico, el autor se dirigía al sanador para destacar cuán superior eran sus conocimientos a los de los egresados de la escuela de Medicina: “Los médicos no saben otra cosa que hacer experiencias en el cuerpo de cualquiera. Se acercan á la cama de los enfermos con aire grave, se calan los lentes con mucha gracia (...), y después de tomar el pulso, de manosear al paciente, estrujarlo, ordenarle hacer visajes como quien guarda buches de agua, le sueltan muy frescos y convencidos de su ciencia e importancia, esta sentencia amarga: parálisis, apoplejía, enemas, ventosas y diez purgas (...). Estudian para borricos, escriben tesis para envolver patatas...época de barbarie... V. triunfará, Panza Santa!”. Profano proponía luego cerrar las facultades de medicina, pues según su opinión nadie necesitaba de los médicos. Ese ataque a los galenos concluía con dos argumentos que estaban a la orden del día. En primer lugar, se cuestionaba el derecho de las autoridades a inmiscuirse en las elecciones individuales y los hábitos: “¿y mis derechos? ¿acaso no puedo yo disponer de mi pellejo á mi antojo y curarme con cualquier sustancia? ¿Por qué han de intervenir los médicos en mi casa y han de obligarme á que siga un régimen de tanta higiene, de tanto aseo y?... ¡macanas! es la embrolla que ellos hacen para tener su cabida donde ya sobran tantos”. En segundo lugar, se apelaba a la dudosa veracidad de la teoría de los microbios. Según el autor de la misiva, los médicos mismos eran quienes criaban microbios para luego esparcirlos y garantizarse su clientela. Para colmo de males, los galenos están tan convencidos de la existencia de esos microorganismos, que “hoy tiene V. microbios hasta en la hostia sagrada”.
El día 11 apareció una tercera columna, a modo de respuesta a Profano 11 . Las ulteriores columnas de La Nación son, empero, las más valiosas. Fundamentalmente porque en ellas se filtra, con mediaciones más o menos marcadas, la propia voz de Perdriel. El día 13 se publica una larga entrevista al sanador, en la cual él es descrito como un hombre sencillo, de aspecto modesto, desprovisto de la aparatosidad o el exotismo que cabría esperar de un curandero 12. En sus declaraciones, Perdriel combina de forma astuta críticas bien claras a la corporación médica y la intención de no enfrentarse con las autoridades de ese gremio. De un lado, al declarar que siente como un deber aplicar su poder curativo sobre “pobres enfermos que muchas veces no tienen ni para pagar el médico”, denuncia el estado de cosas que desde siempre había tornado natural la pervivencia del curanderismo. De otro lado, ante la pregunta sobre qué haría si el consejo de higiene le prohibiese proseguir con sus curas, respondió que simplemente obedecería, pues él no pretendía contrariar a las autoridades. Por último, interrogado sobre los ataques de los que era víctima, Perdriel, sin decirlo abiertamente, aprovechaba para sostener que el peligro no era él, sino los curanderos y médicos extranjeros que llegaban al país solamente para enriquecerse: “Yo soy hijo de esta tierra, criollo puro y no vengo á estafar á nadie, como muchos sinvergüenzas. ¿Y mis compatriotas me tratan así?”.
La batalla entre médicos y espiritistas se publicó en Espiritismo y locura un libro de casi 500 páginas publicado en 1889 por el psiquiatra Rodríguez de la Torre, que llevaba una larga introducción de Ramos Mejía.
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Al día siguiente, el mismo periódico publicó una extensa crónica de la entrevista que un día antes el curandero había tenido con los miembros del Consejo de Higiene 13. Según el informe, Perdriel había asistido acompañado de un abogado, y en el lugar se hallaban varios diputados, médicos y periodistas que tenían interés en seguir de cerca los sucesos. El Consejo tenía la voluntad de aplicarle el castigo que correspondía por ejercicio ilegal de la medicina. El letrado que patrocinaba a Perdriel replicó que este último no ejercía el arte médico como curandero, pues no recetaba ningún remedio. Siempre según el informe, los médicos labraron un acta luego de deliberar, en la cual consideraban que el sanador sí ejercía la medicina. Lo más interesante es que, de acuerdo con la crónica, mientras todo esto sucedía el consejo invitó a Perdriel a demostrar sus poderes curando un dolor que aquejaba a uno de los miembros del Consejo. Aproximó su mano a la zona dolorida, y el médico dijo sentirse curado. Luego de eso, las autoridades volvieron a discutir, decidiendo aplazar para una futura reunión una resolución sobre el caso. Cuando la sesión concluía tuvo lugar una última escena: al retirarse, Antonio Piñero, uno de los médicos más prestigiosos de la ciudad, dijo: “-El señor no es médico, es un medicina. Si soy una medicina, contestóle al punto D. Mariano, recétenme ustedes y estamos del otro lado”. El cronista agregaba al respecto que: “Efectivamente, D. Mariano es un hombre medicina, é inspirándose los médicos en un espíritu humanitario, desprendiéndose del amor propio y de la preocupación de escuela, deberían recetar a sus enfermos incurables las manipulaciones de D. Mariano”.
Los documentos relativos al caso Perdriel, además de prestar confirmación a lo que ya se sabía sobre las dificultades que existían para poner fin al accionar de los curanderos, tienen el mérito de iluminar hasta qué punto podía formar parte del debate público la potestad de los médicos para regular y controlar el campo de la salud. Muchos intelectuales y periodistas del período -caracterizado, por cierto, por profundas transformaciones del aparato sanitario y por una creciente “medicalización” de aspectos de la vida cotidiana- cuestionaron y criticaron frontalmente el proceder de los doctores. Al hacerlo, hacían eco o duplicaban argumentos que los kardecianos porteños publicitaban desde sus revistas. En este caso en particular, es posible subrayar la absoluta confluencia entre los escritos de la prensa cotidiana y los puntos de vista lanzados desde Constancia. Veamos, a modo de ejemplo, un fragmento de un escrito aparecido en la revista espiritista a propósito del sanador: “Mientras exista el exclusivismo de los sistemas y de las sectas, la intolerancia que ellos entrañan han de conservar la confusión y el error, deteniendo el progreso de la verdad en todas sus manifestaciones. Sucede que el fundamento de estos errores proviene del egoísmo y de la vanidad que tanto mal nos hacen, (...) Así la medicina oficial ha resistido y sigue resistiendo los sistemas de curación llamados homeopático y magnético, y para ello le basta sonreír desdeñosamente, segura como está, de que la sociedad vive más de preocupaciones que de verdades. Pero no se detiene en esto; conociendo la importancia de tales sistemas se ha dado leyes restrictivas y coercitivas para detener a los osados que con las pruebas a manos llenas llegan a convencer a las multitudes. Bajo el pretexto de mirar por la salud pública, comete abusos de todo género, imponiendo multas y prisiones aún a aquellos que prueben no curar sino con la simple imposición de manos -es decir, con un imposible según ellos. Y si todo esto es una ilusión, ¿qué mal puede hacer al paciente?” 14
LA MAGIA TRIUNFANTE Y LA MEDICINA DESENMASCARADA
El episodio con el que quisiéramos cerrar este escrito atañe a un hecho del que nos hemos ocupado en otras oportunidades (Vallejo, 2013, 2014). En marzo de 1895 llegó a Buenos Aires un ilusionista e hipnotizador llamado Onofroff, que permaneció en la ciudad durante tres meses y brindó numerosos shows de telepatía y fascinación en teatros y en algunos salones privados de la elite. Aquí nos gustaría analizar un aspecto del que no nos habíamos ocupado en nuestras publicaciones anteriores, referido al modo en que los espiritistas vieron en el visitante un elemento que podía colaborar en su propia empresa.
Los actos del ilusionista rápidamente se transformaron en el centro de atracción de la prensa y de los médicos de la ciudad, sobre todo de las autoridades sanitarias, que en vano buscaron evitar que Onofroff realizara ejercicios de hipnotismo durante sus espectáculos. Por otro lado, célebres doctores de Buenos Aires usaron las columnas de los periódicos para desentrañar la explicación de los fenómenos que el visitante ponía en juego cada noche en los teatros. Al tiempo que algunos pocos profesionales no veían en esas experiencias otra cosa que fraudes escénicos o actos reprensibles –pues la hipnosis debía ser prohibida en los teatros. Otros médicos, incluso los de más renombre, plantearon en cambio que valía la pena estudiar de cerca a Onofroff. Además de Domingo Cabred –heredero de Meléndez en la dirección del Manicomio de hombres-, que invitó al ilusionista a realizar demostraciones de hipnotismo con los pacientes de su hospital, se ubica en este último grupo nada menos que Ramos Mejía. Este último se desempeñaba como director del Departamento Nacional de Higiene cuando Onofroff estuvo en la ciudad, y por ese motivo tuvo la oportunidad de conocerlo personalmente, pues el ilusionista fue convocado por esa oficina para ser informado sobre algunas regulaciones existentes respecto del hipnotismo. En una entrevista que concedió luego de haber visto personalmente las capacidades telepáticas de Onofroff, Ramos Mejía confesaba públicamente que él creía en la existencia de esos poderes, y que no dudaba que el ilusionista los poseía de manera legítima. Citemos un fragmento de aquel diálogo: “¿Cómo explica la ciencia esa facultad, doctor? ¿La de trasmitir el pensamiento? Indudablemente es este un misterio bastante difícil de descifrar; pero lo explican los sabios, y esto es lo mas probable, de la manera siguiente: así como reside en el aire, en la luz y en todos los elementos de la naturaleza, una sustancia que los propaga y los hace trasmitir entre sí, reside en el pensamiento algo parecido, una chispa que se trasmite al cerebro ageno, produciendo un choque de ideas, que trae, como consecuencia, que sienta, el que posee mas sensibilidad cerebral, la impresión del pensamiento, de la idea ajena, obedeciéndola, como en el caso de Onofroff, por impulso” (Tribuna, Marzo 15, 1895). En esos mismos días, otro de los médicos de mayor reputación, Antonio Piñero, director del asilo de mujeres locas, escribió una serie de textos en La Nación para explicar, con las hipótesis de la neurología más reciente, los poderes del ilusionista.
Es notorio, entonces, que la presencia de Onofroff puso sobre el tapete disensos y fracturas al interior del campo médico, pues las reacciones de los galenos fueron disparejas e incluso contradictorias entre sí. Ahora bien, es interesante comprobar de qué manera, una vez más, los espiritistas de Constancia fueron capaces de advertir esa situación. Sus escritos acerca de Onofroff se transformaron inmediatamente en una denuncia de las aporías en las que caía el saber médico respecto de asuntos de esa naturaleza.
Haciendo un rápido resumen de la mirada que los espiritistas posaron sobre Onofroff, podríamos concluir que ella tuvos dos dimensiones. La primera de ellas estuvo centrada en celebrar que los diarios vieran con buenos ojos fenómenos como la telepatía, que tradicionalmente eran despreciadas por los órganos de prensa porteños. El ilusionista llegó a la ciudad en un período en que los espiritistas tenían cada vez mayor dificultad para establecer contactos con otros estratos de la cultura científica. Los espiritistas vieron en el éxito del ilusionista, y en la aceptación que sus poderes lograban por parte de los esquemas mentales de muchos porteños, la ocasión ideal para emprender una contraofensiva que fuera capaz de revertir tantos años de incomunicación. En la primera noticia sobre Onofroff que hallamos en la revista Constancia, se perciben con nitidez los ejes fundamentales de la estrategia desplegada para transformar la popularidad del ilusionista en auxilios para la propia causa: “El adivinador de pensamientos, Onofroff, ha llamado intensamente la atención de la Sociedad Bonaerense, con sus numerosos experimentos realizados con suma pulcritud de procedimientos (...). Las personas llamadas á presenciar de cerca estos fenómenos de adivinación, han sido unánimes en declararlos auténticos (...). Sin entrar á analizar estos fenómenos, muy explicables por cierto por todo aquel que los juzgue con el criterio espiritista, no podemos menos que alegrarnos de su realización, pues han venido á plantear para el público, problemas que no puede quizás resolver, pero que dadas las condiciones de claridad y limpieza con que se han efectuado, no puede tampoco tachar de… habilidades teatrales. Es para muchos el primer paso realizado hacia la aceptación científica de lo que ayer aún formaba en el campo de lo sobrenatural. En horabuena se multipliquen estas llamadas al buen sentido popular, pues matarán poco á poco en el público profano estas creencias absurdas en lo sobrenatural que forman el criterio con el cual se juzgan tan irracionalmente el Espiritismo y todas las ideas nuevas que en algo se alejan de la rutina” 15
El ilusionista e hipnotizador Onofroff, y brindó numerosos shows de telepatía y fascinación en teatros y en algunos salones privados de la elite.
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La segunda dimensión del interés que los miembros de Constancia mostraron por Onofroff tiene que ver precisamente con su pelea con los médicos. Dando fe de una lectura muy atenta de los escritos que los doctores habían publicado en los diarios sobre el ilusionista, los principales integrantes de la sociedad espiritista redactaron largas columnas en que pusieron de manifiesto los callejones sin salida en que aquellos habían caído. En esas páginas no solamente dejaron en claro que ellos eran portadores de un saber científico o racional alternativo -y mejor preparado para explicar o describir los hechos en cuestión-, sino que el discurso de sus competidores pecaba de flagrantes inconsistencias. Ello se observa con mucha claridad en un trabajo de Pedro Serié 16. Podríamos afirmar que todo el trabajo de Serié tiene como meta la crítica del intento llevado a cabo por los médicos para brindar el fundamento de los actos de Onofroff. Más aún, el ataque lanzado contra los profesionales es más profundo, pues abarca tanto su actitud ambivalente o paradójica hacia los fenómenos telepáticos –pues con el correr de los días han aceptado a regañadientes la realidad de hechos que poco antes negaban con altiva indiferencia– como la debilidad de los ensayos teóricos construidos sobre los mismos: “Se ha podido observar después de las primeras sesiones de Onofroff, la crítica que se elevó desde el seno de nuestros sábios doctores, los cuales no desperdician una ocasión de combatir todo lo que no sea reconocido y aceptado por la ciencia. No faltó quién aconsejara al concejo de higiene por vía de los diarios, que prohibiera en absoluto las sesiones de Onofroff por considerarlas perjudiciables para la salud de los que se prestaban (voluntariamente) á los experimentos, además de constituir estos un espectáculo repugnante para el público. Con el espíritu hostil y de oposición que los caracteriza, acogieron con mucha incredulidad los primeros experimentos, atribuyéndolos al charlatanismo; poco á poco tuvieron que convencerse por la realidad de los hechos, y abandonando el terreno de la negativa, se propusieron dar una explicación de estos que no podian negar por más tiempo sin temer de caer en el ridículo. Al respecto se publicaron varias teorías emitidas, y como es de suponer, ninguna pudo darnos una explicación racional sobre la causa y modo como se producen estos fenómenos” 17
Al respecto, Serié acomete un lectura muy lúcida de uno de los artículos de Antonio Piñero impresos en La Nación. Sin jamás comunicar el nombre del autor de aquella nota, Serié realiza una prolija exégesis del texto que el director del asilo de mujeres había publicado el día 21 de marzo. El espiritista ve en ella un claro ejemplo de explicación “científica-materialista” con que los médicos de la ciudad pretendían hallar el secreto de los poderes de Onofroff. Piñero, sin demasiado astucia, intentaba describir del siguiente modo el accionar del ilusionista: “¿Cómo percibe Onofroff estos movimientos cuando no tiene contacto alguno con el guía? (...) Onofroff tiene una hiperestesia sensorial, y nada tiene de imposible que sienta á distancia las modificaciones respiratorias, y demás fenómenos que presenta el guía como efecto de la contención mental. Esta es una simple conjetura, pero que no carece de lógica” (Piñero, 1895). Pues bien, Serié supo ver que allí residía el punto más débil del discurso de su contrincante. A fin de cuentas - razona el defensor del espiritismo- el despliegue de erudición realizado por el médico era completamente en vano, pues ninguno de los argumentos e hipótesis esgrimidos servía para echar la más mínima luz sobre los fenómenos en cuestión. A modo de comentario de la confesión de Piñero de que toda su elucubración se aplica a los casos en que existe un contacto físico, Serié agrega con fina ironía: “Nos place la franqueza con la cual, reconoce la ineficacia de su teoría para explicar los hechos”. En efecto, el redactor de Constancia aprehendió en el recurso poco covincente de Piñero -¿a quién quería persuadir el médico sobre la habilidad de Onofroff para sentir desde lejos los cambios en el ritmo respiratorio de los demás? el síntoma incontestable de las falencias del materialismo. Un puente inmediato podía trazarse desde esa denuncia hacia la conclusión de que otro tipo de discurso era necesario para aclarar los fenómenos: “En vano quieren explicarlo todo por la materia, los que niegan el espíritu, tendrán forzosamente que caer en el error y en la contradicción. Los espiritistas sabemos que la trasmisión del pensamiento y sugestión á distancia, son hechos innegables, subordinados á la voluntad, y cuya explicación no podrán dar los sabios, mientras niegan la existencia del alma, y no estudian sus facultades, y los fenómenos inherentes á su naturaleza. La influencia que ejerce el magnetizador sobre un sujeto no es debida á ningún acto material, sinó á la irradiación voluntaria del fluido peri-espiral emitido por el magnetizador. Onofroff poséé una gran fuerza de voluntad, y extraordinaria concentración de espíritu, lo cual constituye una especie de mediumnidad (no muy común por cierto) que lo hace apto, para atraer y absorver la corriente de voluntad emitida por el guía.” 18
A MODO DE CIERRE
En estas páginas hemos buscado retratar unos pocos episodios ligados al cruce entre los espiritistas y los médicos en Buenos Aires a fines del siglo XIX. A contrapelo de los enfoques tradicionales, no hemos hecho hincapié en las lecturas patologizantes que los doctores ensayaron acerca de los kardecianos, sino en el surco inverso. Nos hemos detenido en la mirada que los propios espiritistas dirigieron a los profesionales. Creemos que las evidencias aportadas hasta aquí podrían servir de puntapié para futuras reconstrucciones referidas a las voces que resistieron el avance de la medicina en una sociedad en proceso de modernización. A tono con otras voces del campo letrado o de sectores contestatarios, los espiritistas siguieron de cerca los movimientos de los médicos, y supieron leer los síntomas y los puntos problemáticos de una profesión en pleno proceso de expansión. Dado que los espiritistas tenían plena participación en zonas de la cultura científica que estaban en boga -desde la práctica de sanaciones a cargo de profanos, pasando por el conocimiento de fenómenos extraños como el hipnotismo, hasta el sopesamiento de nuevas formas de lo existente y lo posible que resultaban de adelantos técnicos como el fenógrafo o los rayos x-, es natural que hayan sabido edificar un sofisticado discurso que además de dar consistencia a una cientificidad alternativa, se transformó en un diagnosticador de los síntomas de los saberes que competían con él.
Referencias
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Gimeno, J.; Corbetta, J.M. & Savall, F. (2013) Cuando hablan los espíritus. Historias del movimiento kardeciano en la Argentina (segunda edición). Buenos Aires: Antigua.
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Piñero, A. (1895b). Cumberland - Onofroff. La Nación, Marzo 21.
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Vallejo, M. (2014) “Onofroff en Buenos Aires (1895). Apogeo y la caída de un ilusionista”. Prismas. Revista de Historia Intelectual, 18, 111-131.
1 “Consta pues que la naturaleza del magnetismo es su última acepción, es verdaderamente diabólica, y aunque Dios por sus altos juicios puede permitir que un alma buena o mala aparezca a alguna persona bajo de cualquier figura, empero no es lícito el provocar su presencia, como consta de la Escritura que se prohíbe en términos formales buscar la verdad por medio de los difuntos: non queres á mortuis veritatem” (Mossi, 1872: 17; cursivas en el original).
2 El 23 de abril de 1890 se publicó en las columnas del diario Sud-América una necrológica de Rodríquez de la Torre, firmada por Ramos Mejía y dirigida al padre del fallecido. Allí, el futuro autor de La locura en la historia, afirmaba: “Yo me congratulo de ser el intérprete de mis consocios y me permito agregar el sentimiento de trsiteza que la desaparición de uno de mis mejores y más queridos amigos ha impreso en mi espíritu”.
3 Ramos Mejía se desempeñaba por ese entonces como diputado nacional, pero su mayor popularidad como hombre político y de acción la había adquirido a mediados de la década, cuando en calidad de director de la Asistencia Pública había mentenido graves altercados con el Intendente (Torcuato de Alvear), los cuales fueron seguidos de cerca por los diarios de mayor circulación.
4 “La creencia en los espíritus no es sino un caso de atavismo intelectual favorablemente fecundado por las aptitudes cerebrales viciosas de la inocente credulidad de otros siglos. Son débiles de la mente los espiritistas, porque son cerebros que han evolucionado incompletamente por razones de herencia mórbida” (Ramos Mejía, 1889).
5 “Esta Obra está escrita con gran acopio de datos, y su elaboración ha sido indudablemente muy pensada y lenta (...). Mientras tanto, complácenos felicitar al distinguido médico dr. Rodríguez de la Torre por la altura con que desciende al terreno de la discusión, demostrando que su único anhelo es servir á la sociedad, entregándole por completo su talento y sus mejores horas” (“Espiritismo y Locura”, Constancia. Revista quincenal, espiritista bonaerense, Año XII, N° 189, p. 369).
6 Si bien en la tapa del libro figura 1893 como fecha de edición, es posible que haya aparecido a fines del año anterior.
7 “Hétenos pues juzgados y condenados por un jurado que procede a priori, llevándose de la propia neurosis adivinatoria de que también a su vez psíquicamente está contaminado. (...) ni en dr. Ramos Mejía ni ningún otro sabio oficial ha de probar lo que afirman con más derroche de imaginación que de observación y análisis científico” (“Degenerados del carácter”, Constancia, Año XV, N° 279, pp. 273-274).
8 “La neurosis espiritista”, Constancia, 15, 280, p. 281.
9 “Mariano Perdriel. El hombre que cura con las manos”, La Nación, Octubre 9, 1891.
10 “Mano Santa - Panza Santa - Pata Santa. Tres personas distintas y un solo prodigio verdadero. Los médicos se van. ¡Ni falta que hacen!”, La Nación, Octubre 10, 1891.
11 “Mariano Perdriel. El hombre que cura con la mano”, La Nación, Octubre 11, 1891.
12 “Mariano Perdriel. Mano Santa. Apuntes biográficos. Habló el buey y dijo mu”, La Nación, Octubre 13, 1891.
13 “D. Mariano ante el Consejo. Sesión a puerta cerrada. Prueba al canto. Contestación oportuna”, La Nación, Octubre 14, 1891.
14 Esa larga cita presenta numerosos puntos de coincidencia con la opinión que otro diario de la ciudad, Sud-América, había esbozado sobre la relación entre los médicos y Perdriel: “Ahora bien, falta saber hasta qué punto está el consejo de higiene en su derecho. Si ejercer la medicina consiste en administrar toda clase de porquerías y hacer detripamientos a la alta escuela -ambas cosas que requieren una práctica y una pericia a toda prueba-, forzoso es convenir que no están de más ni el consejo ni las facultades autocráticas de que está investido. Mas si por el contrario se puede ejercer la medicina, o sea curar las dolencias físicas de la doliente humanidad sin apelar a ninguno de los recursos que requieren una ciencia adquirida a fuerza de estudios y observaciones, oh! entonces me parece que el H. Consejo se sale de la raya, y demuestra lo que desgraciadamente es una convicción arraigada en la generalidad del público, a saber: que la medicina patentada elimina mayor cantidad de pacientes que los que buenamente desaparecerían entregados a la exclusiva acción de la naturaleza (...) De dos cosas una: o los doctos miembros del Consejo de Higiene piensan que con la imposición de las manos no se hace pasar ni un dolor de cabeza, o aceptan la posibilidad de semejante terapéutica. En el primer caso Perdriel no ejerce la medicina, desde que ejercer la medicina significa hacer aplicación de medios reconocidos eficaces, es decir poseyendo la virtud de alterar el funcionamiento natural del organismo. Si por el contrario deciden los mismos señores que imponer las manos puede surtir un efecto curativo, carecen si no de lógica, por lo menos de caridad cristiana, al prohibir que se produzcan tan benévolas manifestaciones; y para ser consecuentes en un todo deben mandar apercibir a una infinidad de gente que poseela facultad de calmar dolencias físicas con solo colocar la mano sobre la parte afectada.” (Plum, “En plena medicina. El Consejo de Higiene versus Perdriel”, Sud-América, Octubre 15, 1891).
15 “Boletín de la Semana”, Constancia. Revista Semanal Sociológico-Espiritista y Órgano de la Sociedad “Constancia”, 18, 405, Marzo 31, 1895, pp. 102-103.
16 Pedro Serié, “Onofroff”, Constancia. Revista Semanal Sociológico-Espiritista y Órgano de la Sociedad “Constancia”, 18, 406, Abril 7, 1895, pp. 108-109.
17 Ibíd., p. 108.
18 Ibíd., p. 109.
* Doctor en Psicología graduado en la Universidad de Buenos Aires e Investigador del CONICET. Se desempeña como docente en la Cátedra de Historia de la Psicología en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Se desempeñó como docente e investigador en Berlín, París y México. Es autor de los libros Incidencias en el psicoanálisis de la obra de Michel Foucault (Letra Viva, 2006), Los miércoles por la noche, alrededor de Freud (Letra Viva, 2008) y La seducción freudiana (Letra Viva, 2012). Es co-editor del libro Inconsciente e historia después de Freud: Cruces entre filosofía, psicoanálisis e historiografía (Prometeo, 2010), y ha editado, junto con Fernando Rodríguez, El estructuralismo en sus márgenes (Ediciones del Signo, 2011). Ha escrito más de cincuenta artículos sobre historia del psicoanálisis, medicina y psiquiatría.
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MÉDIUMS, ESPÍRITUS Y ESPECTROS EN LA LITERATURA FANTÁSTICA ARGENTINA DE ENTRESIGLOS
Soledad Quereilhac*
Durante el último tercio del siglo XIX, cuando surgieron en la argentina las primeras sociedades espiritistas y teosóficas, y cuando las noticias sobre el desarrollo de estas corrientes en Europa y Estados Unidos ya circulaban en los medios de prensa, la literatura fantástica encontró nuevos motivos sobre los cuales ensayar variaciones imaginarias. Fue sobre todo uno de los aspectos de estas corrientes espiritualistas secularizadas lo que logró un amplio impacto en el terreno literario: sus ambiciones científicas o, dicho de otro modo, el interés que los variados fenómenos espirituales, paranormales, extrasensoriales o simplemente extraños despertaron en numerosos científicos de los años de entresiglos, y el lugar que este tipo de acontecimientos fue ganando progresivamente como objeto de estudio científico.
El cruce entre las inquietudes sobre entidades tradicionalmente ligadas a lo abstracto o lo incorpóreo (como el espíritu, la inteligencia, la “mente” o la vida después de la muerte) y una voluntad de estudio guiada por parámetros materialistas y positivos (es decir, científicos) ofreció motivos de especulación a la incipiente literatura fantástica argentina. En efecto, es de la mano de este tipo de cruces, de este imaginario casi oximorónico de lo espiritual-material, que nace en el país el modo o género de la “fantasía científica”, una forma claramente decimonónica de lo que será más adelante la ciencia ficción, pero ajustada a los parámetros más laxos e inestables respecto de qué se consideraba “ciencia” en la época.
Eduardo L. Holmberg, (1852-1937) médico, naturalista y escritor argentino, fue autor de las primeras fantasías científicas de nuestro país. En una de sus novelas, Viaje maravilloso del Sr. Nic-Nac (1875) Holmberg hace viajar a su personaje, Nic-Nac, gracias a Friederich Seele, médium alemán que tiene la capacidad de provocar y guiar desprendiéndose de sus cuerpos terrenales; son sus espíritus quienes viajan, a través de un accionar poco ortodoxo del médium alemán.
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En 1877, se funda la primera sociedad espiritista, llamada “Constancia”, de escasos siete miembros al comienzo pero de importante convocatoria en años posteriores, cuando asume su presidencia Cosme Mariño. En 1892, surge la primera sociedad teosófica del país y de Latinoamérica, “Luz”, presidida por Alejandro Sorondo y Federico Washington Fernández. Ambas sociedades publicaron sus respectivas revistas, Constancia, cuya publicación se prolongó por varias décadas, y Philadelphia, acotada a los años 1898-1902, y allí reseñaron buena parte de sus actividades, debates y figuración pública. Pero la gravitación de estos espiritualismos con ambiciones científicas no se redujo al ámbito de sus sociedades. En la prensa eran frecuentes las noticias de variada índole sobre el espiritismo, la teosofía y otras ciencias ocultas (el término es de la época), como “El espiritismo en Buenos Aires. Curiosas fotografías de espíritus materializados”,1 “¿Espiritismo o prestidigitación?”,2 y “La teosofía en Buenos Aires”,3 o los artículos relacionados con los experimentos de Richet publicados en La Nación 4 . Y en la mayoría de los artículos periodísticos, cuando el foco no estaba puesto en el titeo o en la denuncia de supuestas supercherías, se hacía hincapié en la posibilidad de que, con el avance de las investigaciones, los fenómenos del espíritu constituyeran una nueva forma de la investigación científica. En el diario La Prensa de Buenos Aires, se afirmaba:
Nuestro distinguido colaborador, el señor L. A. Vasallo (Gandolin), director del Secolo XIX de Génova y corresponsal de La Prensa, acaba de publicar una reseña completa de los experimentos medianímicos efectuados en el círculo de Minerva de aquella ciudad, en presencia de personas que ocupan un lugar prominente en las ciencias, quienes, como Lombroso, Morselli, Porro y otros estudiosos de las disciplinas psicofísicas, han reconocido que la medianidad, el llamado espiritismo, ha salido ya del campo de la charlatanería y, tal como sucedió con el hipnotismo, forma parte integrante de aquellas grandes incógnitas, cuyo velo ha de levantar la experimentación moderna. 5
Ahora bien, esta renovada mirada cientificista para concebir la mediumnidad fue representada, asimismo, en clave literaria. En muchos relatos fantásticos de entresiglos, es posible detectar escenas en las que entidades espirituales hablan, viajan o actúan a través de un médium, y lo curioso es que esas escenas suelen enmarcarse en explicaciones racionalizadas, y no como acontecimientos mágicos.
El caso más llamativo es el del naturalista y escritor Eduardo L. Holmberg, autor de las primeras fantasías científicas de nuestro país. En una de sus primeras novelas breves, Viaje maravilloso del Sr. Nic-Nac (1875) imagina el primer viaje interplanetario de la literatura argentina. Pero en lugar de especular con naves espaciales, Holmberg hace viajar a su personaje, Nic-Nac, gracias a las acciones de un médium alemán llamado Friederich Seele (Federico Alma), médium que en lugar de recibir en su cuerpo un espíritu, tiene la capacidad de provocar y guiar una trasmigración ajena. Tanto Nic-Nac, Seele y el médico de Nic-Nac que supervisa toda la operación viajan a Marte desprendiéndose de sus cuerpos terrenales; son sus espíritus quienes viajan, a través de un accionar poco ortodoxo del médium alemán.
La hipótesis fantástica de este relato no sólo recae en las prácticas mediumnicas que ya tenían amplia difusión en la ciudad 6 , sino que en líneas generales se apoya en el cruce de dos discursos: la astronomía y el espiritismo. El primero, relacionado a las discusiónes sobre de la existencia de vida en otros planetas 7 ; el segundo, en lo relativo a la evolución del espíritu después del paso por la tierra y su eventual migración hacia otros planetas. Seele le explica a Nic-Nac que “después de la muerte, el espíritu se separa de la materia, conservando los sentidos y la imagen” 8 ; y es justamente esa imagen-sensible la que logra viajar a Marte luego de desprenderse de su cuerpo físico a fuerza de ayuno, y la que, junto a su guía Seele, descubre que, en realidad, todos los habitantes del planeta rojo fueron alguna vez habitantes de la Tierra, y que en el futuro, cuando envejezcan, sus espíritus volverán a migrar hacia otros planetas del sistema solar. 9
Dos décadas más tarde, Holmberg publica La casa endiablada (1896) y allí vuelve a recurrir a la práctica de la mediumnidad, pero en un sentido más clásico. El suceso anormal que articula la narración es la presunta presencia de fantasmas en una casa abandonada y su manifestación mediante ruidos; pero lo interesante es que el caso aparece estratégicamente reforzado por una gran cantidad de datos del contexto sociocultural, desde la abundancia de nombres de científicos, ocultistas y espiritistas reales, hasta la reproducción de notas atribuidas a periódicos porteños. Más en línea con una representación atenta a la creciente adhesión al espiritismo de ciertos habitantes de Buenos Aires, que a una invención fabulada de personajes, esta narración logra como pocas hacer coincidir lo fantástico con su realidad histórica.
El suceso extraño se transforma rápidamente en un caso policial y ello se debe a la intervención de los espiritistas de la Sociedad Constancia, algunos de cuyos miembros reales como Cosme Mariño y Felipe Senillosa son aquí personajes que se mezclan con otros ficticios, como la novia del escéptico protagonista, una poderosa médium. Si al comienzo conviven muchas hipótesis sobre los ruidos, una vez celebrada la sesión espiritista en la casa se devela que los ruidos son provocados por el espíritu de un sujeto asesinado allí mismo, que habla a través de la medium. Espiritismo y enigma policial comienzan a entrecruzarse a partir de este momento, y a la utilización de técnicas como la lectura de las huellas dactilares o la interpretación inductiva de pistas, propias de la investigación policial, se suma este particular interrogatorio a un ser del más allá, concretamente, el propio asesinado, cuyo nombre y apellido ni la médium ni los espiritistas podían conocer. Por supuesto que el espíritu no llega a nombrar a su asesino, pero su irrupción basta para reorientar las pesquisas y llegar a buen resultado.
Ante lo asombroso de los acontecimientos, el narrador informa sobre las diferentes posiciones que adoptaban los personajes: “Cuál más, cuál menos, todos creían que allí había algo. Para unos, había estado presente el espíritu de Nicolás Leponti [el asesinado]; para otros, el fenómeno era inexplicable, pero evidente; y para algunos, era explicable, pero momentáneamente, inaccesible.” 10 Esta suma de puntos de vista era muy frecuente en la época y claramente el relato de Holmberg interpelaba ese horizonte.
En esta historia y en muchas otras, entre ellas Nelly (1896), Holmberg logra incorporar a su literatura un repertorio de temas que quedaba definitivamente excluido de su ejercicio profesional de la ciencia. Los temas del espiritismo, de las fuerzas psíquicas, de los fenómenos paranormales, nunca fueron objeto de su interés científico, ni parecieron despertar en él la suficiente curiosidad como para cruzar esa frontera que otros científicos del siglo XIX cruzaron, como el naturalista Alfred R. Wallace, el astrónomo Camille Flammarion o el químico William Crookes, los tres conocidos por Holmberg y citados, de hecho, en sus relatos. A diferencia de Leopoldo Lugones, como veremos más adelante, Holmberg no formó parte de ninguna sociedad espiritista o teosófica. Pero por su formación y sus lecturas, estaba ciertamente al tanto de las pretensiones científicas de los espiritualismos y de la asidua publicación en la prensa de los resultados de investigaciones con médiums, sensitivas y otros sujetos capaces de concretar proezas psíquicas. Y si bien nunca declaró haber ensayado personalmente la corroboración de estos fenómenos, es claro que sí los consideró material productivo para la creación de sus fantasías científicas.
En este sentido, Holmberg representa al naturalista que, a diferencia de Wallace, no buscó aunar sus ambiciones científicas con sus inquietudes espiritualistas en el mismo terreno, sino que reservó para su labor literaria el tratamiento de aquellas cuestiones que no encontraban cabida en su ejercicio de la ciencia positiva. Es por ello que los relatos de Holmberg parecen ser el resultado de la “calaverada” del científico decimonónico, una fuga hacia el juego y el derroche de la ficción fantástica.
Cosme Mariño (1847-1927) fue clave para la divulgación del Espiritismo en el Río de la Plata, especialmente en Argentina. Se lo denominó "El Kardec Argentino". Cosme Mariño y otro líder espírita -Felipe Senillosa- se “inoculan” en la novela de Holmberg La casa endiablada (1896) junto a una médium, en una trama espírita-policial.
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Muy diferente es el caso de Leopoldo Lugones, miembro de la rama “Luz” de la Sociedad Teosófica porteña desde 1898 y teósofo convencido. La publicación de los primeros relatos fantásticos de Lugones coincide con los años en que entra formalmente en contacto con los teósofos. De hecho, uno de los relatos que luego integraría su famoso libro Las fuerzas extrañas (1906) se publicó en Philadelphia. 11
“La teosofía en Lugones fue algo muy serio, y por sus senderos llegó a encaminarse hacia su propio orientalismo”, asegura el poeta Arturo Capdevilla, discípulo y amigo del escritor, en su libro Leopoldo Lugones 12 . Conocedor, como pocos, de las primeras actividades de los teósofos en Buenos Aires, y miembro, también, de la Sociedad Teosófica, Capdevilla asegura que el amplísimo repertorio teosófico “le brindaba [a Lugones] una fiesta intelectual, casi, casi sobrehumana”. Cuando reconstruye las reuniones que los teósofos llevaban a cabo todos los domingos, hacia fines de la década de 1890, en una casa de la avenida Las Heras, a las que asistían, entre otros, Alejandro Sorondo, Manuel Frascara, Alfredo Palacios y el propio Lugones, Capdevilla recuerda que se discutía allí sobre ciencia oculta y ciencia “materialista”, sobre religión, sobre magia negra y blanca, y que siempre había lugar para “las narraciones macabras” 13 . Según Capdevilla, la teosofía le brindó a Lugones extraordinarias visiones de una nueva Cosmogénesis.
Esa nueva Cosmogénesis no fue incumbencia exclusiva de sus tempranos ensayos publicados, asimismo, en Philadelphia, sino que también ingresó a sus cuentos, articulando la dimensión fantástica. A diferencia de Holmberg, que gustaba concebir personajes científicos que fueran, a la vez, espiritistas (y su modelo era, acaso, otro naturalista como él, el ya mencionado Alfred R. Wallace), Lugones privilegió la figura del experimentador ocultista, aquel científico de sólida formación positivista que realizaba sus investigaciones por fuera de las academias oficiales y que se interesaba por los fenómenos “inexplicables”. Si bien Lugones no poseía la formación en ciencias de Holmberg, fue asiduo lector de la bibliografía científica de su época (Darwin, Spencer, Haeckel, Einstein, entre otros), pero esta lectura era propiciada por su adhesión a la teosofía, por los inherentes diálogos y discusiónes que los teósofos mantenían con la ciencia positivista, en su defensa del estudio científico de la dimensión espiritual del universo. Su adhesión a esta visión de mundo resulta clave para entender el tipo particular de fantasía científica que el autor cultivó en sus relatos de Las fuerzas extrañas y en muchos otros publicados en diarios y revistas 14 . Sus relatos son verdaderos ejercicios conjeturales de imaginación, que hipotetizan sobre las posibles consecuencias de que un sujeto entrase en contacto con las fuerzas desconocidas del cosmos, aquellas fuerzas que superaban en potencia y en autonomía a todas las otras fuerzas conocidas por la ciencia contemporánea.
La fuerte impronta teosófica de sus relatos no se manifiesta solamente en aquellos de corte explícitamente cientificista. Los relatos centrados en episodios bíblicos, como la destrucción de Gomorra (“La lluvia de fuego”), en el origen de la vida en la Tierra (“El origen del diluvio”) y o aquellos otros que retoman misterios faraónicos (“El vaso de alabastro”), son concebidos desde la convicción teosófica acerca de que el mundo antiguo albergaba las claves del mundo actual. La veneración de lo antiguo como reservorio de un conocimiento perdido por la racionalización moderna es una de las insistencias teosóficas con las que Lugones demostró comulgar en muchos de sus ensayos, tanto en sus tempranos artículos de la revista teosófica Philadelphia, como los ensayos Prometeo, El payador y Elogio de Ameghino 15 .
Es justamente en estos relatos sobre la antigüedad que aparece la figura del médium y se narran episodios de comunicación con entidades del más allá. En “La lluvia de fuego”, incluido en Las fuerzas extrañas, el narrador en primera persona muere durante la historia (y por lo tanto, pone en jaque la posibilidad misma de la narración), pero en realidad es un médium quien da cuenta de lo acontecido, al “ser hablado” por el muerto. El subtítulo de ese relato es “Evocación de un desencarnado de Gomorra”, y en la palabra “desencarnado” (de uso frecuente tanto entre espiritistas como teósofos) está la clave de la enunciación y del verosímil: quien habla es un espíritu o una forma de vida que pasó por la Tierra, y que ahora vaga por el cosmos. A través de ese recurso, Lugones puede recrear, con una dimensión estética, un episodio bíblico experimentado por un sujeto particular.
Leopoldo Lugones (1874-1938), poeta, ensayista, periodista y político argentino, fue miembro de la Sociedad Teosófica. La publicación de sus relatos fantásticos, tales como Las fuerzas extrañas (1906), coincide con su contacto con los teósofos.
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Con similar estrategia, “El origen del diluvio” lleva por subtítulo “Narración de un espíritu”, y en el cuerpo del relato se da cuenta explícitamente del accionar de una médium que transmite el mensaje a los presentes, y que hacia el final, incluso, produce una materialización. La diferencia con las sesiones espiritistas es que aquí no se entra en comunicación con una persona fallecida, sino con una entidad espiritual primitiva, que presenció la formación de la vida en la Tierra y que puede dar cuenta de ese proceso, narrado en un cruce entre el discurso cientificista y el mítico. La entidad espiritual asegura que los habitantes primitivos del planeta fueron “especies de monos gigantescos y huecos”, que podían “expandirse como fantasmas hasta volverse casi niebla” y que eran “los gigantes de que hablan las leyendas” 16 . Destruida esa primera especie o “esbozo de hombres”, surgieron, venidos de la luna, los primeros seres humanos que eran “organismos del agua, monstruos hermosos, mitad pez, mitad mujer, llamados después sirenas en las mitologías” 17 . La materialización que produce la médium es, justamente, una pequeña y perfecta sirena, que aparece muerta en la casa. Es decir, se materializa un ser proveniente del origen de la humanidad.
En este relato, la mediumnidad es vista como una forma de acceder a una revelación, a un conocimiento sobre los orígenes, en fin, como un medio de acceso a la Cosmogénesis. En línea similar, el relato “Ensayo de una Cosmogonía en diez lecciones”, también apela a la figura de la “mediación” para acceder y luego trasmitir un conocimiento sobre los orígenes del mundo, aunque en este caso, el médium no es el tradicional, sino que quien ocupa ese lugar es el narrador. Tras mantener largas conversaciones con una especie de chamán habitante de la Cordillera de los Andes, que reconstruye, en diez sesiones, la formación del universo en todas sus etapas, el narrador dice: “yo fui tomado como agente para comunicar tales ideas” 18 . El relato es, nuevamente, resultado de una mediación espiritual.
No será la única vez que Lugones conciba el rol del escritor como médium. Años más tarde, 1913, cuando pronuncie sus conferencias sobre el Martín Fierro de Hernández en el Teatro Odeón (conferencias que luego formaron el libro El Payador, de 1916 19 ), profundizará la idea. Allí propondrá entender la labor de los payadores, de Hernández y de él mismo, en tanto poeta e intelectual, como toda una cadena de médiums, de “mediadores” del espíritu de la tierra y de la nacionalidad. Allí dirá que los payadores campestres fueron los médiums originales, aquellos que con su arte pudieron interpretar, hacer hablar, el espíritu de la “raza” argentina; José Hernández, con su escritura y su mayor sofisticación, fue el segundo médium, aquel que supo expresar con nuevo lenguaje la verdad espiritual que residía en la rusticidad de los cantores; finalmente, Leopoldo Lugones, médium mayor, venía a ser el poeta que lograba sintonizar la verdad oculta en el poema de Hernández: la esencia de nuestra nacionalidad.
La relación entre arte y mediumnidad también atrajo al escritor Atilio Chiappori, menos conocido que los primeros y de obra menos prolífica, dado que luego de publicar algunas narraciones, se dedicó mayormente a la crítica de arte. En uno de los relatos de su libro Borderland (1907), llamado “Un libro imposible”, Chiappori hace confluir la búsqueda estética con la experiencia espiritista.
Un libro imposible narra la extraña experimentación espiritual del joven Augusto Caro, que busca convertirse en el primer escritor que no sólo inventa sus personajes, sino que antes puede ser ellos, encarnar todas las personalidades y estados de ánimo posibles, para contar así con un ilimitado material narrativo. Especie de versión espiritista del escritor naturalista, tan interesado como éste en adquirir pleno conocimiento de su referente, aunque a través de métodos más radicales que la anotación en una libreta, el personaje se termina convirtiendo en experimentador y en médium al mismo tiempo; ayudado por los efectos del hachís, siente suprimirse “el vínculo de cohesión de la personalidad”, y su ser se disemina “hasta en las cosas inertes”, “como si una fuerza extraña venciera la cohesión molecular de un sólido” y se desvaneciera “lo mismo que un gas que se expande” 20 . Chiappori busca en su relato ligar al arte con un cruce de frontera hacia el más allá. Pero la obra de arte no se concreta nunca, ya que el desvío espiritista desencadena un suceso trágico: Augusto invita a su mujer, Ana María, a encarnar ella también a otras mujeres y estados de ánimo femeninos, pero cuando le pide que recree la sensación de ser asesinada por él mismo, Ana María efectivamente muere y desde entonces su fantasmal presencia acosa al fallido escritor.
Independientemente del desenlace trágico, es interesante el cruce entre la experiencia de la mediumnidad –ser canal de expresión de un ánima o entidad ajena- y la experiencia de la literatura, concretamente la narrativa, que involucra, entre otras cosas, el dar voz, dejar expresarse, a sujetos ficticios.
DEL MÉDIUM A LA MÁQUINA
La presencia de médiums empieza a mermar en la segunda década del siglo. En las fantasías de orientación cientificista, o científico-espiritualista, la tarea de “mediación” pasa a ser reemplazada por la máquina, por un artefacto ingenioso, excepcional, que logra entablar comunicación o convocar las entidades espirituales. En algunas narraciones de Horacio Quiroga esto se verifica con facilidad. En su cuento “El retrato”, publicado en Caras y Caretas en 1910 21 , Quiroga imagina el caso de un joven científico diletante que se propone evocar la imagen de su novia muerta e impregnar así su imagen mental en una placa fotográfica, sólo con el “poder de su mente”, con su voluntad tomada literalmente como fuerza. Esa creencia no era infrecuente en la época y en los diarios se publicaban artículos sobre este tipo de experimentaciones (ya no ficticias) por parte de ocultistas como Albert De Rochas y Hyppolite Baraduc.
En el relato, la proeza finalmente se concreta y el joven científico evoca la figura de su amada todos los días y la impregna sobre la placa fotográfica, hasta que el duelo comienza a finalizar y las evocaciones se hacen cada vez menos frecuentes. Cuando tiempo después, retoma la experiencia, la joven reaparece pero mirando ya hacia su ayudante de laboratorio. En el interín, fue el ayudante quien había invocado su imagen y había logrado enamorar a ese espectro de la joven, traída a la tierra por el poder evocador de la mente. El cuento relata así no sólo un caso sobrenatural, sino una curiosa forma de la infidelidad post-mortem.
Más allá de la resolución humorística, es importante señalar que el contacto con el espíritu se concreta aquí mediante la técnica, en este caso con elementos que forman parte del proceso de la fotografía (el revelado). El sujeto no emula las técnicas del médium, sino las de la máquina fotográfica y es gracias a una analogía técnico-espiritual entre cámara y mente que la proeza llega a concretarse en la ficción.
Años más tarde, en 1927, Quiroga publica el relato “El vampiro” en el diario La Nación 22 . El motivo de la experimentación técnico-espiritualista se repite pero con variantes: lo que se logra obtener aquí no es una imagen de una muerta, sino un espectro cinematográfico, la reproducción de una star de Hollywood de la que uno de los protagonistas, el científico diletante y amateur don Guillén de Orzúa y Rosales, está enamorado. El personaje de este cuento lograr extraer, entonces, el espectro de una cinta de celuloide, bajo la presuposición de que algo del orden de la vida (y no sólo de la representación) habita en esos espectros que se mueven, lloran y se expresan en la pantalla del cinematógrafo.
Un motivo similar aparece en La invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares: un científico innovador y ajeno a las academias oficiales logra captar, con su particular máquina, algo similar al alma de sus amigos y compañeros de hotel, y proyectar esa entidad hacia la eternidad. La máquina de Morel no sólo capta imágenes, sino los olores, el volumen y hasta los pensamientos de los cuerpos retratados. Nuevamente, algo del orden de la vida –entendida como una onda plausible de ser atrapada y relanzada- pasa a esa máquina, ya que todas las personas mueren luego de ingresar a esa nueva dimensión. De hecho, cuando el protagonista, un náufrago que ha arribado por accidente en la isla de Morel, comprende la naturaleza de la máquina y de las imágenes que proyecta (una de las cuales pertenece a Faustine, de quien se enamora), formula conjeturas de una lógica claramente técnico-espiritual:
Pensé de los que ya no viven: alguna vez, pescadores de ondas los congregarán, de nuevo, en el mundo. Tuve ilusiones de alcanzar algo yo mismo. Tal vez, de inventar un sistema para recomponer las presencias de los muertos. Quizá pudiera ser el aparato de Morel con un dispositivo que le impidiera captar las ondas de los emisores vivientes. 23
Vemos, entonces, cómo una importante zona de la literatura fantástica argentina del período de entresiglos, y aun aquella producida en décadas posteriores, retomó inquietudes relacionadas con el fenómeno de la mediumnidad en un sentido amplio, ya sea con la explícita representación de personajes-médiums que traen a este mundo señales de otro mundo, ya sea a través de una mutación de esa figura en el accionar de máquinas prodigiosas, máquinas que también logran “mediar” entre dos dimensiones –la vida y la muerte, el uno y su doble- y que arrastran una lógica técnico-espiritualista heredada de las fantasías decimonónicas.
Antes que el desarrollo de un género de ciencia ficción en el estricto sentido del término, este corpus de relatos dio inicio a las “fantasías científicas” en nuestra literatura, fantasías que han soñado el cruce de los hoy antagónicos campos de la ciencia y del espíritu para imaginar otro mundo posible: aquel en el que la dimensión espiritual de la vida pueda concebirse con los parámetros contundentes de la materia.
NOTAS Y REFERENCIAS
1 Caras y Caretas, nº 308, Buenos Aires, 27 de agosto de 1904.
2 Caras y Caretas, nº 530, Buenos Aires, 28 de noviembre de 1908.
3 Caras y Caretas, Buenos Aires, 5 de octubre de 1901.
4 Darío, Rubén, “La ciencia y el más allá. La fotografía de un fantasma. Una Marta sospechosa y la buena fe de Richet (desde París)”, La Nación, 9 de febrero de 1906; Ingenieros, José, “Siluetas”, La Nación, Buenos Aires, 4 de febrero de 1906.
5 Vasallo, L. A. (alias Gandolín), “Los fenómenos medianímicos”, La Prensa, Febrero 17, 1902. El tema ocupó una serie de colaboraciones a lo largo de febrero y marzo de ese año. Tanto la revista Constancia como la Revista Magnetológica reprodujeron estos artículos.
6 En una conferencia de 1881 pronunciada en el Ateneo Español, Miguel Puiggari, Profesor de Química y Decano de la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas, relacionó el espiritismo con la superchería y el engaño. Pero al dar comienzo a su diatriba, hizo una curiosa concesión, que ofrece al investigador actual una información valiosa para evaluar cuán extendido estaba el espiritismo en la sociedad de la época, al menos bajo la forma de la diversión social y el esparcimiento: “¿Quién de ustedes no habrá presenciado, y probablemente tomado parte, en la formación de la cadena alrededor de una mesa para hacerla poner en movimiento, siguiéndola en este caso, y exigiéndola alguna contestación, por medio de su lenguaje posible, o sea por los golpes en el pavimento de uno de sus pies? Todo el mundo ha sido más o menos contagiado por esa enfermedad, y confieso por mi parte que también le he pagado tributo: también he sospechado en cierta época que había algo de sobrenatural en dicho fenómeno, sin embargo de que mi credulidad no ha llegado nunca a la evocación de los espíritus […]. Considerando, pues, del dominio público todas esas prácticas, no me detendré a exponer en detalle los prodigios resultantes de las revelaciones de los espíritus por medio de las mesas movibles, prodigios que carecen de punto de partida y término, pues depende de la credulidad individual, para tratar sólo de dar a ese fenómeno la explicación a mi parecer más razonable, sin necesidad de acudir a causas sobrenaturales.” (Puiggari, Miguel; Hernández, Rafael; Mariño, Cosme, Espiritismo. Conferencias en el "Ateneo Español", Buenos Aires, Imprenta "El Porvenir", Sociedad Espiritista Constancia, 1881, p. 13).
7 La posibilidad de que otros planetas alberguen vida inteligente está inspirada en los poco ortodoxos primeros libros del astrónomo francés Camille Flammarion, Pluralidad de mundos habitados (editado en Francia en 1862, y rápidamente traducido en varias ciudades de Europa y América), y Los mundos reales y los mundos imaginarios (1865). Ambos libros eran resultado de lo que Flammarion llamaba “astronomía especulativa”, esto es, un derivado de la “astronomía matemática” y de la “astronomía física”, que tomaba elementos de ambos para conjeturar hipótesis sobre el espacio. Asimismo, Isaac Asimov habla sobre las tempranas especulaciones sobre la existencia de una raza superinteligente en Marte, a raíz de las investigaciones del astrónomo Giovanni Schiaparelli en 1877 (Asimov, I., “Canales de Marte”, Cronología de los descubrimientos, La historia de la ciencia y la tecnología al ritmo de los descubrimientos, Barcelona, Ariel, 1990 [1989], p. 444)
8 Holmberg, E. L., Viaje maravilloso del Sr. Nic-Nac. Fantasía espiritista, Buenos Aires, Imprenta "El Nacional", 1875, p. 16.
9 Consciente de ser un espíritu, Nic-Nac afirma: “He sido habitante de la Tierra, así como en la Tierra hay habitantes de la Luna; hoy mi existencia maravillosa se desliza en Marte; más tarde volaré tal vez a Júpiter o a Neptuno, y ¿quién sabe si he volado, mariposa del éter, en alguno de esos ilustres lejanos que flotan invisibles en las profundidades del infinito?” (Holmberg, E. L., Viaje maravilloso…., op. cit., p. 157).
10 Holmberg, “La casa endiablada”, en Cuentos fantásticos, Estudio Preliminar de Antonio Pagés Larraya, Buenos Aires, Edicial, 1994 [1960], p. 374.
11 Se llamó “La licanthropia” y se publicó en Philadelphia en 7 de septiembre de 1898. Luego se incorporó a Las fuerzas extrañas (1906) con el nombre de “Un fenómeno inexplicable”.
12 Capdevila, Arturo, Leopoldo Lugones, Buenos Aires, Aguilar, 1973, p. 178.
13 Capdevila, A., op. cit., p.176.
14 Luego compilados por Pedro L. Barcia en Cuentos desconocidos (Buenos Aires, Ediciones del 80, 1982) y El espejo negro (Buenos Aires, Abril, 1988).
15 He analizado estos ensayos en Quereilhac, Soledad, “El intelectual teósofo: Leopoldo Lugones en Philadelphia (1898-1902)”, Prismas. Revista de historia intelectual, Nº 12, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2008, pp. 67-86.
16 Lugones, Leopoldo, “El origen del diluvio”, en Las fuerzas extrañas, Edición a cargo de Arturo García Ramos, Madrid, Cátedra, 1996 [1906; 1926], p. 174.
17 Ibíd, p. 178.
18 Lugones, L., “Ensayo de una Cosmogonía en diez lecciones”, en Las fuerzas extrañas, op. cit., p. 234.
19 Lugones, Leopoldo, El payador, Buenos Aires, Ayacucho, 1991 [1916].
20 Chiappori, Atilio, “Un libro imposible” en Borderland, Buenos Aires, Patria, 1921 [1907], pp 66-67.
21 El relato no fue nunca recogido en libro por Quiroga. Fue compilado póstumamente por Jorge Lafforgue y Napoleón Baccino Ponce de León en Horacio Quiroga, Todos los cuentos, Madrid, ALLCA XX,Unesco: Fondo de Cultura Económica, 1993.
22 Incluido en el último libro de cuentos de Quiroga, Más allá (1935). También recopilado en Todos los cuentos, op. cit.
23 Bioy Casares, Adolfo, La invención de Morel, Madrid, Alianza, 1999 [1940], p. 99.
* Doctora en Letras graduada en la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del CONICET. Es docente en la Cátedra “Problemas de la literatura argentina” en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es miembro del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, donde se han radicado, también, los proyectos de investigación grupales (UBACyT) que integró desde 2001, centrados en las relaciones entre literatura argentina, revistas culturales y medios de prensa escrita. Desde 2002, colabora como crítica literaria en ADNcultura, del diario La Nación. Integra, asimismo, el comité editor de la revista cultural Las Ranas: Artes, ensayo, traducción. Es autora del libro La imaginación científica. Literatura fantástica y ciencias ocultas en el Buenos Aires de entresiglos (1875-1910) (UNQ, 2014) y actualmente continúa investigando sobre los vínculos entre ciencia, ocultismo y literatura.
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AUTOBIOGRAFIA DE UN MEDIUM “ATEO”*
Sebastian Lía**
Hace unos años iba arriba de un avión cruzando la cordillera, una época en la que viajaba mucho entre Santiago de Chile y Buenos Aires, asi que iba más o menos relajado, entregado al viaje, y mientras me servian el desayuno me imaginé (podria decir que me imaginé, o eso es lo que pensé en ese momento), que había una mujer parada a mi lado, una mujer mayor. Supe, junto con eso, que esta mujer se llamaba Maríajulia, que había sufrido de cáncer de huesos durante dos años, y que había fallecido hacía un año. La situación no me sorprendió: fue algo que me imaginé.
Vengo de una familia atea y escéptica: mi madre es psicoanalista y mi padre industrial, y nunca se dudó en mi familia que uno se muere… y se muere. No hay más. Ateos militantes. Asi que la experiencia del avión me resultó completamente irrelevante. Que un muerto realmente me hablara no era una opción.
Una semana después, ya de vuelta de mi viaje, conocí a Vilma. Yendo hacia la casa de una amiga a cenar tuve la certeza, la absoluta certeza –no sé de qué otra manera describir esa sensación– de que la hija de esa mujer, aquella que imaginé en el avión, iba a estar esa noche en la casa de mi amiga. Tuve la certeza unas cuadras antes de llegar. Pero cuando llegué, cuando estacioné el auto, temblaba. Cuando entré a la casa y la vi, me emocioné muchísimo, casi no podía hablar. Era una mujer que nunca había visto antes pero era, al mismo tiempo, como encontrarme con alguien a quien conocia de toda mi vida. No me aguanté mucho rato y en cuanto estuvimos sentados a la mesa le pregunté: ¿Tu mamá falleció? "Si', me dijo. ¿Falleció hace como un año, de cáncer de huesos? "Sí', me contestó, y se te llenaron los ojos de lágrimas. ¿Tu mamá se llama María Julia? Y cuando dijo que si, explotó todo, ella se puso a llorar, y los demás me miraron como si estuviera loco. Nadie, ni siquiera yo, entendía lo que estaba pasando. La mujer se puso a llorar y yo volví a sentir a la señora del avión parada al lado mio. Todo lo que pasó después fue una locura, una revolución. Hasta ahora. Incluso ahora mismo sigue siendo una revolución.
Soy ateo. Suena raro, un médium ateo. Suena absolutamente raro. Pero es asi. Curiosamente lo que más me incomoda de todo esto, casi me atormenta, es la necesidad de creer. Con la cantidad de cosas de las que he sido testigo y protagonista, sigo sintiendo un impulso innato a descreer. La pregunta, o la respuesta, sobre la supervivencia de la conciencia después de la muerte nos la hemos hecho todos. Para mi hasta ya adulto era un rotundo "te mueres y te mueres". Los milagros son para los que no creen, los creyentes no necesitan pruebas. Y yo necesito muchas pruebas, montones de pruebas.
En mi familia la palabra religión se asociaba a ignorancia. En casa no estaba prohibido hablar de creencias, simplemente no se hablaba. Y si se tocaba el tema era desde un trasfondo intelectual y filosófico. Mi padre proviene de una familia italiana de creencias cristianas y mi madre, de una familia judía de origen ruso. Pero ambos son ateos. jamás se dudó en mi casa que somos el resultado de la evolución, de la necesidad de supervivencia de las especies. Nacemos y morimos y eso es todo.
Relato esto porque siento que mi camino hoy no está puesto en lo fenomenológico ni en la explicación de por qué me pasa lo que me pasa, sino más bien en esa duda permanente: en qué creer, y cómo hacer para creer. Cuando alguien dice que cree en la sobrevida de la conciencia, ¿qué grado de certeza o de duda tiene? ¿En qué parte del cuerpo lo siente? ¿Lo siente como algo Familiar, de herencia, algo que lo conecta con su aprendizaje de la vida, con sus enseñanzas, con la moral, con su futuro? ¿Qué es creer y cómo se siente, cómo se piensa, cómo se actúa internamente y externamente cuando se cree? ¿Cuando se tiene la certeza, aunque no sea absoluta, pero certeza al fin, de que hay algo más, que está por encima de nosotros y más allá de lo evidente? Eso, más que un misterio, lo siento corno una frustración. Casi como una discapacidad. Como si no tuviera la capacidad de creer, Incluso siendo testigo de la cantidad de cosas extraordinarias que a esta altura he sido testigo.
No siempre fui escéptico. Cuando tuve mis primeras experiencias extrasensoriales, como a los diecinueve años, creí ver detrás un sistema de creencias que tenía algo que ver con el new age, que en esa época estaba muy de moda entre gente de una edad mayor que la mia, un par de generaciones por encima. Tengo algún recuerdo de haber creído en la reencarnación, pero es tan tenue y tan poco convincente esa época de mi vida, estaba tan deslumbrado por las percepciones que tenía que estaba dispuesto a encontrar un marco en el que meter todo lo que me estaba pasando. Y de cierta forma aquello me tranquilizó.
Atrás en el tiempo solo recuerdo dos cosas. La primera: yo tenía cuatro o cinco años y una excelente relación con mi bisabuelo Samuel. Recuerdo ir caminando por la calle de la mano de mi madre y haber tenido la visión de mi bisabuelo. Samuel estaba parado en un cuarto mirando por la ventana. Estaba vestido con una camisola blanca. Todo el cuarto era blanco. Muy arquetípico. Me detuve y le dije a mi mamá que me daba pena el bisabuelo Samuel, le conté lo que había visto. Yo no sabia que estaba internado y mi madre supo al llegar a casa que en ese momento mi bisabuelo habla muerto. Fue algo comentado en la familia, mi "visión". Pero, como ya dije antes, esos temas no nos eran propios y la cosa quedó ahí.
Durante el resto de mi infancia y pubertad no pasó mucho al respecto. Nada que pudiera presuponer lo que vendría. Como todo niño soñaba con tener súper poderes y le temia a los fantasmas. Respecto a Dios, nunca me hice demasiadas preguntas. Asistía a primeras comuniones y bar mitzvah de amigos sin interesarme demasiado por la liturgia ni las creencias. Si hubiera habido el más mínimo indicio estoy seguro de que mis padres me hubieran preparado de otra forma. Igualmente agradezco profundamente (no sé a quién) no haber visto cosas de niño, hubiera sido catastrófico para mi estabilidad mental. Hoy estoy muy atento a las cosas que dice ver mi hijo, separando la imaginación de la percepción real. Me imagino lo que pudiera pasarle a un niño de cuatro años si pudiera hablar con los muertos.
Entonces estábamos en que nada me habla preparado para lo que iba a venir. Y especialmente la primera vez, ocurrió en una época especialmente atea y escéptica de mi vida.
Vivir con esto dentro de la cabeza, con este sexto sentido incorporado a los otros sentidos, es caminar por la frontera, por el límite. Para no marearse, para no volverse loco, es necesario estar bien despierto, bien consciente, bien en el presente, y eso requiere de tiempo y de esfuerzo. Pero el don también es una bendición, una suerte, las cosas malas en mi vida no me han venido desde el don, por el contrario, siempre sentí que esto era algo de lo que tenía que estar agradecido cada día y también dar un poco cada día. Estoy todo el tiempo observando cómo funciona, teorizando cómo opera el sexto sentido, en mi. Descrito solo como una acción mecánica, en mi caso, el sexto sentido se manifiesta como un pensamiento, una imagen mental, una información de tipo sensorial que cruza entre una persona que está muerta y yo, que estoy vivo. Ese es el don. Me aparece una imagen en la cabeza y me doy cuenta de que no es un pensamiento mío sino tina información coherente, ordenada, con la intensión de un discurso más profundo que las simples pruebas. Finalmente, siento que me estoy comunicando con otro al que no puedo acceder por mis otros sentidos. Eso es solo un intento mío de racionalizar un proceso sensorial, aunque lo que siento no es solo eso.
A cambio, y apenas unos segundos después, recibo una inyección de amor. Se me instala en el pecho la sensación de amar, profundamente. SI, sí, es una reacción química, pero desde donde estoy parado en ese momento no puedo describirlo como una reacción química. Es amor. Esa inyección, que dura muy fuerte unos segundos y más moderado unas cuatro horas, es mi droga. Tener el don es tener acceso a una sustancia de la que podría fácilmente volverme adicto.
Quitando todo el resto, quitando toda la onda expansiva que puede tener mi don, para bien y para mal, sobre el resto de mi vida y quedándome solo con esa sensación, esa recompensa, esa sardina al final de la pirueta de la foca, ese profundo amor que siento solo por el hecho de haberme asomado al otro lado, donde al parecer eso es lo que se respira cotidianamente, quitando todo, absolutamente todo, desprendiéndome hasta de mi mismo, de mi cuerpo, de todo en mi vida y en la vida de los demás, los que conozco y los que nunca voy a conocer, va a haber valido la pena. Todas las piruetas de la foca, todas las veces que nos caemos, si ese amor es lo que se respira del otro lado, todo sufrimiento llega a su fin a partir del momento en que nos morimos.
Retomé con mi psicoanalista tras un lapso de cinco años, esos cinco años en los que se había desarrollado todo, en que el don dejó de ser una casualidad para instalarse, para pararse, para apoderarse de todo lo mío. Esa droga. Retomé terapia y mi psicóloga creyó que yo era un borderline. Alguien que transita la locura, alguien que se asoma desde el mundo neurótico en el que todos habríamos al mundo sicótico de los que están en el infierno de sus mentes.
Sebastián Lía graba sus sesiones, en las que se presenta a personas que no conoce o no tiene referencias para luego interpretar “mensajes”, que en el desarrollo de la sesión, van tomando cuerpo, forma y relación con los seres queridos fallecidos. Son una especie de pistas o señales, un lenguaje vago de situaciones y recuerdos, en su mayoría, conocidos en el presente o pasado familiar de quienes participan en la sesión. La Televisión de Chile (TVN), graba las reacciones de los participantes, quienes en un comienzo, pasan de ser escépticos a sentirse conectados.
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Las cosas que yo le contaba la afectaban como a todos. De formación atea, escéptica, se reencontraba con un paciente que le decía que hablaba con los muertos. Y más encima hablaba de eso corno algo tan cotidiano como quien habla del trabajo. Luego de cinco años con el don, en los que incluso llegué a tatuármelo (yo veo, en la cara interior del antebrazo derecho), ya no tenía ninguna duda de que lo que yo hacia era comunicarme con gente que estaba muerta. Ese tema no era un trauma.
Pero Clark Kent necesitaba ir a terapia. La parte no superhéroe de mí mismo. La neurótica. El psicoanálisis claramente trata a cualquier cosa paranormal como una patología. Y si a la mediumnidad no decidiera tratarla como una patología, ¿cómo se supone que debiera tratarla? Porque ¿qué es lo que le puede pasar a un tipo que descubre que se comunica con los muertos? ¿Cómo se llama ese trauma? ¿Estaba yo viviendo el don como una patología? Como algo externo, una enfermedad? ¿Estaba siendo absorbido por el don? La realidad se me había vuelto caótica, claro, estaba en plena mudanza de un país a otro, dejando atrás a mis padres y hermano y amigos y laboratorio, si, laboratorio con Luis y todos los voluntarios y seguidores y estructura y si, la realidad, el concepto de realidad se me hacia difícil. Me volví a mudar de Buenos Aires a Santiago de Chile. Por trabajo, mi azarosa vida como “Clark Kent” afectaba el tempo de mi azarosa vida como médium man. Y, por el otro lado, mi vida de Clark Kent era afectada por la omnipresencia del don en mi mente. No lo practicaba todo el tiempo. En esa época hacia unas seis sesiones por mes, pero el don estaba ahí, como una idea permanente. Dueño de todo. jugando con el botón rojo de la bomba atómica, mirándolo, mi anillo, mi tesoro.
La vida de Clark Kent era insostenible en el futuro inmediato, sin embargo necesitaba pagar las cuentas como cualquier hijo de vecino. Ese vértigo era para mi mayor que la inercia de lanzarme a volar, con el don, con la aventura que podía haber detrás. Mi ancla era: ¿de qué iba a vivir? Estaba lejos de poder dedicarme a hacer sesiones todo el tiempo. Podía empezar a cobrarlas, pero según mi cálculo en ese momento necesitaba hacer unas 140 sesiones por mes, cobrando un dinero accesible para ganar lo que necesitaba para vivir. 140 por mes, seis sesiones por día. Eso era infinitamente imposible, desde mi capacidad, establecida pero azarosa, y significaría estar ocho horas por día conectado, más allá que acá. Vivir en el aire.
Por otro lado, mi vida como productor audiovisual me resultaba muy satisfactoria, habla alcanzado un lugar en donde podía hacer lo que quería, podía dedicarme a hacer lo que me gustaba. Pero mi anillo del don estaba presente, no podía ni quería ni me dejaba pensar en otra cosa. El don estaba hasta en la gente que me miraba de manera diferente, o más bien que me bajaba la vista. El don estaba ahí. Dispuesto, esperando, respetando, observando, siempre.
No podía continuar con una doble personalidad no solo porque era definitivamente paranoico que algunos supieran y otros no y que los que lo supieran se lo guardaran y no lo contaran o esparcieran. No era sostenible esta doble personalidad desde el punto de vista psicológico. Iba a volverme loco, más bien, el último tiempo me habla vuelto un poco loco. Los superhéroes con su doble ego son tipos francamente psicópatas, nos criaron con el concepto heroico de la psicopatía y, sobré todo, nos hicieron aguantar nuestras vidas de Clark Kent con la promesa de que en el fondo de nuestras identidades éramos Superman y que cualquier día íbamos a demostrarlo.
Lo que estaba teniendo era una crisis de vocación. ¿Hacia dónde tenla que llevar mi vida? Era también, en definitiva, la crisis de los cuarenta. La diferencia era que una de mis alternativas, la que realmente me atrapaba, era corno para volverse loco. Digo, si desapareciese el don hoy mismo, hoy, ahora, ¿qué es lo que me hubiera quedado por averiguar? Todo. Y así se me empezaron a ocurrir un montón de cosas, un montón de preguntas.
Yo creo que ahí nació de verdad el laboratorio, lo anterior había sido solo una búsqueda de identidad, de investigación interna. Eso ahora estaba en manos de mi psicoanalista. Lo que venta era empezar a preguntar para afuera. De elaborar teorías sobre datos reales. El tener que grabar las sesiones para demostrarle a mi terapeuta de que tenla pruebas de que lo que yo decía que estaba pasando, estaba realmente pasando, fue lo que comenzó todo.
Recopilé algunas de las cintas que hablamos grabado con Luis el año anterior y las edité en videos cortos para verlos cor mi psicoanalista. Fui a terapia con el MacBook y le mostré tres de cinco minutos cada uno. Mi se me vela parado frente a tres mujeres, primas entre si. El audio estaba muy bajo y tuve que subtitularlo. Se me vela diciendo que la abuela me decia que no habla problema con haberla enterrado abajo del abuelo, pero que, por favor, cambiaran el cajón de lugar pronto. Y a las mujeres sorprendidas y corroborando la ínformación. Mi psicoanalista lo miró tapándose la boca con asombro.
No sé lo que pensó, tampoco pude descifrarlo, pero me miró con sorpresa y largamente. Pensé: "¿Viste que no estoy loco? y creo que hubo como un alivio, de parte de los dos: ahora no era ella sacándome de mi delirio mistico, ahora era ella ayudándome a enfrentar este tremendo problema real. Y era un problema grande, era un problema para mi, era un problema para ella misma y era un problema para todo el que pasase cerca y lo escuchase.
¿De verdad? Y si es verdad, ¿qué significa todo eso? Era Colón diciendo que la tierra es redonda diez años antes de lograr sentarse frente a la reina. Necesitaba que mi terapeuta me creyese, Y ahí estaban esos tres videos, demasiado amateur para un hombre que trabaja de audiovisual, dispuestos a comenzar la revolución. Lo que vino después no fue más que la profesionalización de las grabaciones, la sistematización de la investigación, nuevas conclusiones, nuevos métodos, y ahí volvió a empezar todo, como con cada cosa. Y pasé de ser un “bordeline” con delirio místico a un investigador de esta maravilla de don que me habla tocado en suerte.
Todos estos años he continuado con la terapia. Al principio la discusión era sí yo, en realidad, hacía telepatía y leía de la cabeza del deudo información sobre el muerto. Entonces tuve que comenzar a buscar en los casos en los que la información que salía no era conocida por el detido, o grabar cuando recibía un mensaje con información vinos días antes de la sesión, buscar pruebas en el error. La terapia es sanadorá, es caminar con alguien que te obliga a observarte todo el tiempo, a profundizar, a buscar sentido. Y además de eso me encanta la concepción de la mente que tiene el psicoanálisis y me ayuda a estructurar mis teorías. Y, desde ahí, no paré de grabar y seguir grabando. Para eso sí debla insertarme en el mundo real y no solo mantener mi trabajo y la vida de mi familia sino además conseguir fondos para grabar de manera que la imagen y el audio fueran profesionales. Para demostrarles a todos que no estaba loquito, que no tenía un delirio místico, que no era un chanta, que no estaba mintiendo.
Pero, también, grabarlo para mostrárselo a los demás tenia un sentido nitido, más profundo, y es que descubrí algo más grande que yo. Un conocimiento gigante. Un conocimiento al que no hubiera podido llegar con mis herramientas; intelectuales, un conocimiento tan grande que me hacía pequeño, que me transformaba en mero instrumento, en observador, en transmisor, en intermediario, en médium. La respuesta a la segunda de las dos grandes preguntas. La primera es de dónde venimos y, la segunda, es a dónde vamos cuando morimos. No morimos. Dos palabras gigantes.
Al lado de eso, todo comenzó a hacérseme superfluo, secundario. Sobre todo mi trabajo. Empezó a perder interés, algunas cosas me deslumbraban un rato, pero rápidamente sentía que estaba remando contra la corriente. Aunque lo intentaba, finalmente eran trabajos muy interesantes, puestos de mucho desafío. Pero mi vida como persona normal empezó a perder sentido.
Cuando uno se encuentra con un conocimiento nuevo tiene la obligación moral de contarlo. La adquisición de conocimiento, para que éste sea considerado como tal, tiene que cumplir tres etapas: la primera es la adquisición de ese conocimiento, la segunda es su aplicación, es decir, la corroboración y, la tercera, es la transmisión de ese conocimiento. De eso se trataba, así que decidí, más bien acepté, que tenía que contarlo. Contárselo a la mayor cantidad de gente posible. Aunque esa acción fuera a terminar con mi lapidación pública, aunque matará una parte de mi, mi “Clark Kent”, al que le había tomado cariño y al que mis seres queridos le hablan tomado cariño.
Pero era tan grande que yo pasaba a ser muy pequeño. Ya había experimentado, navegado el don lo suficiente como para ya no tener dudas, al menos de respuesta a la segunda pregunta: No morimos.
No podía usar el don como algo terapéutico solamente, no era un conocimiento que pudiera sostener en el campo de lo esotérico, y no solo porque yo no era una persona esotérica, sino porque no podía, moralmente, guardarlo bajo la cama, ocultarlo en el armario de mis cosas privadas. Una de las cosas que empecé a hacer cuando me comenzó a pasar esto fue leer sobre el cerebro y sobre los sentidos. Sabia que no iba a encontrar nada sobre mediumnidad, pero quería entender cómo son los procesos mentales respecto especificamente de las imágenes mentales con las que el cerebro interpreta lo que le transmite un sentido. Por ejemplo, si escuchamos mugir una vaca, nos vendrá a la cabeza la imagen de una vaca, que no es necesariamente la misma vaca que escuchamos, sino un arquetipo de vaca guardado en nuestro cerebro. Eso se llama memoria relacional. De esa manera llegué a un cielo de conferencias llamado TED, que se define como una organización dedicada a transmitir conocimiento, a través de conferencistas expertos, líderes en distintas materias, en general relacionadas con el conocimiento científico. Yo diría que TED es el foro de divulgación científica y transmisión de conocimiento más importante del momento. Allí dieron conferencias tipos como Bill Gates, Al Gore, varios premios Nobel y destacados científicos. El formato es muy simple, se debe hacer una presentación de 18 minutos. Entretener y estimular a una audiencia presencial de nivel intelectual elevado y a una audiencia de millones por Internet. TED.com es un sitio muy popular también entre ejecutivos, académicos e intelectuales. Durante meses, cada mañana me levantaba y veía una conferencia por internet y soñaba con algún día hacer una presentación allí. Claro que un médium hablando en una comunidad de divulgación científica, compartiendo escenario y micrófono con físicos, astrónomos, neurólogos, era una fantasía total. Lo que yo hacia no tenía ninguna validación científica.
Un día voy a cenar a casa de un amigo que en ese momento tenía un puesto importante en una universidad de Santiago de Chile. Mi amigo sabia de mi don y obviamente, como suele pasarme, en algún momento de la noche terminamos hablando de eso y yo le hice un resumen de mí vida con el don. Escuchándome me dijo que tenía que proponer a un conferencista para un ciclo de charlas y que iba a proponerme a mí. El ciclo TED en Santiago de Chile. Casi me desmayo, era un sueño imposible, era soñar unas semanas hasta que el representante de TED me rechazara.
Me puse ansioso los siguientes días. A la semana fui a la universidad a contarles mi historia a la directora de extensión y al director de marketing. Estaban fascinados y rápidamente me dieron su apoyo para que impartiera una de las cuatro conferencias que se darian en un par de meses, en un teatro y que se transmitirían on~line por internet. El sueno seguía vivo, me comí las uñas un par de semanas más porque sabía que iba a haber una reunión de la universidad con los representantes de TED. Supe por mi amigo que los organizadores de TED se pusieron nerviosos con la propuesta, eran tres chilenos que habían conseguido la licencia de Estados Unidos y el auspicio de un diario, de la universidad y, a cambio, cada auspiciador tenla derecho a proponer un conferencista. Por supuesto que no contaban con que justamente la universidad propusiera un médium. Bajo presiones y amenazas de retirar el auspicio, unas semanas después estaba esperando en un restaurante a que llegaran dos de los representantes a almorzar.
Yo iba con mi mejor cara de empatia, me sabía casi de memoria los conferencistas que me gustaban de TED, y deseaba profundamente irme de ese almuerzo con al menos una esperanza de reconsideración de mi charla. Cuando llegaron, uno de ellos fue directamente al punto. Él era escéptico por naturaleza, ateo, antireligión y pensamiento mágico. Sus socios no tenían mayor problema conmigo mientras la universidad los siguiera auspiciando, pero él pensaba que le podían quitar la licencia en la que tanto tiempo habían invertido por culpa de la decisión de poner un médium a dar una de las conferencias. Por otro lado, me creía, había visto los videos y estaba seguro de que había alguna otra explicación para lo que yo hacia. Así que me hizo una serie de preguntas muy orientadas al método científico y a mi aproximación el al tema y en cada respuesta yo incluí un "nos” y la distancia se fue haciendo mayor.
Yo sabía perfectamente que lo que estaba haciendo con las sesiones -grabarlas, editarlas- no tenían un método considerado científico sino documental. Yo estaba documentando las sesiones. En la facultad fui el primer alumno de mi promoción en la materia Conocimiento científico. El tema me interesa como a cualquier hijo de vecino. En algún momento pensé en utilizar el. método científico para validar mis sesiones e inmediatamente me di cuenta de que significaría mucha más gente trabajando sobre eso exclusivamente y muchos voluntarios y, por lo tanto, mucho dinero, y supe desde el principio que nunca iba a conseguirme los fondos para aquello, no al menos en la primera etapa.
Por entonces lo que más me importaba era poder documentar, poder grabar, de la mejor manera posible, las cosas imposibles que pasaban en mis sesiones. No descarto buscar una explicación científica, pero supe que las sesiones las dirigiría hacia la investigación documental y que tanto el camino religioso-filosófico como el camino científico no iban a ser posibles, por ahora. En verdad, yo, por mí, no necesito de ninguno de esos dos caminos. Yo ya no dudo de mi mismo, no solo de lo que pasa en las sesiones. No se me ocurre un método científico para probar lo que siento que me comunico con personas que habían fallecido que conservan su personalidad, que están organizadas de alguna manera que los hace ser respetuosos y ordenados cuando se contactan en una sesión y que hay otras personas, que son siempre las mismas, que parecen ser los que disponen las cosas del otro lado, por lo tanto, del otro lado están organizados, civilizados, del otro lado hay una civilización. ¡Hagamos un método científico para probar eso! ¡Consigamos un perito psiquiatra que se atreva a decir que yo no estoy loco y que mi relato es creíble y consistente! No voy a exponerme a un laboratorio científico, pues finalmente esto que hago tiene que ver con la fe. Hay un trato entre yo y las personas que me creen y ese trato es: no voy a mentir, no voy a inventar, esto me pasa, decido contarlo.
Así terminó mi explicación, y como éramos los dos tipos agradables, terminamos nuestro almuerzo de muy buena manera y justo antes de despedirnos me pregunta cómo recibo yo la información, Y yo le cuento que mientras lo esperaba, me vino la imagen de alguien que olvida las llaves dentro de su departamento y que al volver a casa a la noche se da cuenta que no las tiene consigo. Y que esa información, que yo vi como una imagen de la que pude entender la situación, en algún momento del día iba a ser relevante para la persona a quien se lo dijera. Y no sé porque le conté eso en especial, pero cuando se fue estuve seguro de haber quedado como un delirante. Así que pasé el resto del día bastante triste por haber perdido una oportunidad de oro. Yo puedo recordar perfectamente el momento en que un año antes yo habla deseado con todas mis ganas ser invitado a dar una conferencia en TED.
Al día siguiente a primer ahora de la mañana me suena el celular y del otro lado escucho a alguien que se rie. Es el representante de TED. Me pregunta cómo hice el truco de las llaves, cómo supe que él se habla dejado las llaves en la casa en la mañana. Se tiene que ir a la casa de los padres a sesenta kilómetros de la ciudad, a recoger un segundo juego de llaves que tiene ahí. Llega cansado a la casa, se acuesta. Se levanta a la mañana y se encuentra con que las llaves las habla olvidado en el mueble de la entrada al salir el día anterior. Mientras se está afeitando se acuerda que yo en el almuerzo le había hablado de una persona que se olvida las llaves en la casa al salir. ¿Cómo era posible? No sé le contesté, "pero si te parece intento explicarlo en la conferencia. Volvimos a hablar por la tarde. Ahora sentí que empezaba a respetarme. Estaba dispuesto a jugársela, me dio el si para mi conferencia. Yo no podía creérmelo, era un lanzamiento, un inicio, un nuevo lugar, una y otra vez todo parecia fluir hacia algo.
La conferencia me obligó a ordenarme, a poner las cosas en una línea de tiempo, a reescribir mi historia para que pudiera contarla en 18 minutos, a mirarla de nuevo. Se me llenó la cabeza de nuevas reflexiones, llevé el tema con mi psicóloga, lo debatia con algunos amigos, lo escribí y reescribí, lo practiqué, lo reflexioné una y otra vez, lo limpié, lo depuré, lo estructuré y estuvo buenísimo el proceso. Tomé coraje: era también salir a contarlo, sacarme la máscara de Batman y exponerme. Exponerme a una audiencia que iba a escuchar de ciencia. Compartía escenario con una astrónoma de fama mundial, con un ingeniero genio en redes y con un rapa nui. Yo desentonaba como desentono al lado de cuerdos y freakis. Me iba a parar frente al público y simplemente iba a contar mi historia, de donde venía y qué planeaba hacer con todo esto. Así que el día anterior me compré una camisa y me lustré los zapatos, repasé mi discurso y asistí en primera fila a la primera de las conferencias con la certeza absoluta de que cuando a mi me tocase hablar iba a ponerme nervioso y no iba a acordarme de nada.
Portada del libro “Yo, Medium” (Ediciones B, Santiago, 2012)
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Yo tenia el segundo turno y la primera conferencista fue la astronoma. Cuando terminó me llamaron a pasar detrás del escenario y me cruzo con ella saliendo, acompañada por un asistente en ese momento, en medio de la oscuridad, le pregunté: “Pero usted, ¿cree en Dios?" y me detengo para alcanzar a escuchar al menos el comienzo de la respuesta: y, sí, en algo creo..." y eso fue como si toda esa escena hubiera sido para mi, para mi coraje, si esta científica prominente era capaz de creer en Dios, entonces había un margen para el mundo mágico en esas conferencias. Llegó un asistente y me colgó un micrófono en la camisa, se apagaron las luces, se me apretó el estómago y me dieron muchas ganas de irme, pusieron un video de apertura, escuché al presentador dando una introducción desastrosa a mi charla, se volvieron a prender las luces, salí al escenario, me paré frente a todos e hice un resumen de cómo habían sucedido las cosas hasta ese momento.
Comencé contando la anécdota del avión, la primera vez, cuando me comuniqué con aquella mujer en pleno vuelo y una semana después conozco a su hija, viva. A esas alturas la cara de la gente era de asombro. Como tenia nervios me empecé a poner chistoso, y el público pasó del silencio asombrado a reírse después de cada frase graciosa mía. Así que de repente me sentí en un stand up sobre mi experiencia como médium que, la verdad, hizo las cosas más agradables.
Ahora, para mí aquello era una novedad, aunque para el ochenta y seis por ciento de la población mundial si existe la vida después de la muerte. Y en la mayoría de las religiones hay relatos de personas que se comunican con el cielo de distintas maneras. Y a pesar de que todos vamos a morir algún día, hemos dedicado a estudiar el tema menos que lo que hemos dedicado a cualquier otra cosa. Hoy un científico que descubra un nuevo shampoo para la calvicie tiene millones de veces más posibilidades de conseguir fondos que uno que estudia la comunicación con personas fallecidas.
Cómo es posible que no nos interese, que no sea un tema: en una rápida búsqueda en Google, la palabra "AfterLife" arroja 1.560.000 resultados, mientras que la palabra "porn" 304.000.000 resultados. Es decir, si yo hubiese hablando de porno en TED, sería o unas 100 veces más interesante. En la era de los avances científicos nadie esté mirando hacia la muerte, siendo incluso que entre los científicos mismos hay un porcentaje altísimo de creyentes. No puede ser que no nos interese. Los científicos, aquellos hasta a los que lo microscópico les parece fascinante, han dejado el tema en manos de las religiones. Hoy, el estudio pragmático sobre el tema está en manos de poquísimas universidades y fundaciones, algunas más esotéricas que otras.
No tenemos certeza de que exista la vida después de la muerte, ni certeza de que no exista la vida después de la muerte. Hemos invertido millones de dólares el año pasado en la investigación y desarrollo de cosméticos y, sin embargo, no hemos invertido ni hablado ni puesto en programas de gobierno, el tema de la supervivencia de la conciencia. Pareciera ser que en lo que se cree no se investiga. Las iglesias de las distintas religiones han quedado a cargo del tema. Las iglesias tienen las mismas teorías desde hace 5.000 años, sus sacerdotes usan la misma vestimenta, leen el mismo libro y hablan de las mismas cosas. ¿Tendrá el Vaticano un centro de estudios sobre la vida después de la muerte? Nuestro mundo se mueve sobre teorías que no tienen más de doscientos años. Por qué aceptamos teorías tan antiguas, sin testearlas, sin cuestionarlas, no religiosa o filosóficamente, sino científicamente.
Yo no soy científico, soy documentalista. Me tocó estar acá parado, como testigo privilegiado y lo que se me ocurrió fue poner una cámara y empezar a experimentar. Así es como surge la idea de Intangible Lab, que no es más que un laboratorio que busca registrar lo intangible. La premisa es: si hay alguien vivo del otro lado, querrá comunicarse. Eso sería fantástico. Si logramos que solo una de las miles de millones de personas que han fallecido se comunique, sería fantástico. Pienso que cuando alguien muere lo primero que querrá hacer es comunicarse con sus seres queridos, decirles llegué bien", "sigo vivo". Ahí entro yo, como médium y como observador y como documentalista y como asombrado y agradecido testigo.
El 86 por ciento de la población mundial cree en la existencia de vida después de la muerte. Las teorías sobre lo que sucede después de que morimos son tantas y tan diversas como las religiones y culturas. Sin embargo y a pesar de que todos vamos a morir algún día, no tenemos una sola prueba empírica o experimental para probar esas teorías. Los científicos, muchos de ellos incluso creyentes, han dejado el tema en manos de las religiones. Y así aceptamos ideas que fueron formuladas hace más de cinco mil años, cuando se creía que la tierra era cuadrada y que el sol giraba alrededor.
Las teorías sobre las que se sustenta el mundo actual tienen menos de doscientos años. La física, el psicoanálisis, la medicina, la electrónica, la teoría económica, la teoría social y largos etcéteras. Hoy la generación de teorías sobre la postvida y el estudio pragmático, empírico sobre el tema está en manos de algunas universidades y organizaciones no gubernamentales, algunas más esotéricas que otras. No hemos invertido ni hablado ni puesto en programas de gobierno, el tema de la supervivencia de la conciencia y tarde o temprano, en vista de nuestra necesidad de saberlo y entenderlo todo, debemos concentrarnos en generar una nueva teoría respecto a la supervivencia de la conciencia.
Y ahora a agarrar la espada y salir a defender lo indefendible. No me sentía cómodo en el lugar de un pseudocientífico asa como no me sentía cómodo como un pseudo sacerdote. Entonces volvi a lo que soy y quiero seguir siendo. Mi experiencia laboral tiene que ver con investigar, con experimentar y con comunicar. En mi trabajo como director creativo y específicamente como documentalista de investigación también tenía que generar tesis de trabajo, hipótesis, teorías y esto era finalmente lo que me iba a plantear, un documental eterno, un sacar conclusiones eterno y un investigar y comunicar eterno.
En este caso, la primeras dos tesis de trabajo era demostrarle a los otros: uno, que yo no estaba loco, que lo que estaba pasando estaba pasando y, después, demostrar que yo no leía la mente ni alguna especie de inconsciente colectivo, disco rígido Universal, sino que la información que me venía tenia un orden, una potencionalidad que marcaba que detrás había una conciencia, una persona. Intangible Lab se transformó entonces en una causa.
Cuando tuve claros los objetivos y trazado el trabajo para empezar, y al revisar mi método de trabajo en las sesiones, apareció algo que era tan evidente como irreal: la información que me llegaba tenía un orden tal que no podía obviarse que alguien o algo estaba ordenando la información que me llegaba. Las pruebas de vida no sólo respondían a una intencionalidad, detrás de la que podía leerse una personalidad, una individualidad. ¿Existía ya Intangible Lab del otro lado? Y ahí surgían tantas preguntas como respuestas fantasiosas. Me puse a revisar nuevamente las sesiones grabadas y podía casi reescribir un formulario con las respuestas. Ninguna era una prueba de vida al azar. Allí estaban las diez cosas más importantes y personales de quien habla fallecido. ¡Habla un formulario! Muy concreto, muy ordenado, donde cada prueba debía haber sido pensada con tiempo, con esmero. Y ahi se ampliaba aún más la pregunta. ¿De dónde sacaban el tiempo para llenar ese formulario? Si de repente había sesiones que se armaban de casualidad, o porque la persona se cruzaba conmigo en una cena, o decidía a último momento acompañar a alguien en la reunión y salían cosas para ella. ¿Tenían más tiempo para pensar? ¿Son más rápidos del otro lado o las sesiones que salen por casualidad en realidad no son de casualidad?
Me pareció obvio que estas mismas preguntas se las hacia otra gente en otras partes del mundo, las mismas preguntas de siempre, de todos los tiempos. De si hay vida después de la muerte, de si hay un cielo organizado, de si un médium puede conectarse con los muertos. Las preguntas de siempre pero que ahora le podemos dar una respuesta más contemporánea. Así que Intangible Lab debía estar pasando, en el mismo momento, en otras partes del mundo, con otros nombres. Otros médium, otros laboratorios, otras organizaciones de acá y del más allá tenían que estar recorriendo el mismo camino, más adelantadas o más incipientes. Así fue que di con el Windbridge Institute de Arizona, una organización de investigación independiente formada por una comunidad de científicos con currículos notables y destacados en el campo de la investigación científica. La directora de las investigaciones es la doctora Julie Beischel. El otro laboratorio que me pareció serio y muy bien planteado es el LACH (Laboratorio para Avances en la Conciencia y en la Salud, en inglés) de la Universiry of Arizona, también con un board científico importante de respaldo y dirigido por el doctor Gary E. Schwartz. Su currículum dice, literalmente: "Catedrático de Psicología, Medicina, Neurología, Psiquiatría y Cirugía por la Universidad de Arizona. Después de recibir su doctorado de la Universidad de Harvard, se desempeñó como profesor de psicología y por la Universidad de Yate, director del Centro Yale de Psicofisiología, y co-director de la Clínica de Medicina del Comportamiento”. Me dio mucha tranquilidad encontrarme con alguien con ese currículum. que ya lo estuviera haciendo, me refiero a la investigación científica, con protocolos y estudios de doble ciego, que sacara estadísticas y que finalmente llegase a las mismas conclusiones que estaba llegando yo. Me dio tranquilidad y me relajó, tengo que ser sincero, por un momento llegué a pensar que iba a tener que ser yo el que me hiciera cargo de demostrar con pruebas científicas lo que me pasaba. Como una responsabilidad imposible, fantasiosa, delirante, Pero la tenia, y ver que en Estados Unidos ya había gente seria ocupándose, me liberó.
Para abordar lo que piensan los médium o sus conclusiones sobre cómo son las reglas que rigen el otro lado, cómo es el cielo, tomo como ejemplo a los doce médium con los que trabaja el WindBridge Institute y que han pasado por una serie de pruebas pragmáticas para marcar sus niveles de asertividad. Ellos los llaman "Médium certificados”. Lo muy curioso, si uno va a las páginas web de cada uno de los médium, es que sus teorías sobre cómo es el otro lado son increíblemente diversas, es decir, los mismos médium que están en el frente de batalla, que tienen el contacto directo, a la hora de poder imaginar un cielo con los antecedentes que tienen no logran llegar a un acuerdo. Mientras uno se apoya en la creencia cristiana clásica, el otro es maestro de reiki y su discurso el budista, el otro habla de las pirámides y los maestros sagrados, el otro habla de los maestros guías. Es decir, los médium, primera fuente de información, no son capaces de ponerse de acuerdo en una teoría de cómo es el otro lado o en qué creer.
Por otro lado, veo que un médium al que respeto muchisimo, que es James Van Praag, tiene resuelto el tema del cielo y su marco de creencias, que es cristiano, de hecho fue seminarista y se dedica solo a la divulgación y a la experimentación con otros médiums. Él no tiene que probarle a nadie sus teorías básicamente porque no tiene que probárselas a si mismo. Y mientras James Van Praag, con su certeza, hace charlas. Tiene varios libros best seller, graba documentales y puede llevar adelante su indagación personal de manera mucho más fácil que la doctora Julie Beischel del WindBridge Institute, quien depende de recolectar dineros penosamente de donaciones o becas para investigación, o del Dr. Gary E. Schwartz, que va a depender de por vida de un escueto presupuesto que la universidad. Y esta el tema de los tiempos, la investigación científica requiere del cumplimiento de protocolos y de hacer y sumar preguntas pequeñas y tesis de trabajo durante años hasta llegar a una respuesta más grande, una hipótesis más formada y muy probada.
Establecí un futuro para Intangible Lab basado en estos dos mundos que giran sobre lo mismo pero tienen formas de materializarse opuestas, el de los médium predicadores y el de las ONG de escasos recursos. Por un lado estaría la investigación y la experimentación, que me encantaban y que se basarían en los métodos de investigación y apoyados y asesorados por estos institutos de Arizona. Por el otro, pondría mis esfuerzos en que la divulgación incluyese ese aparataje de los médium del primer mundo de una serie para televisión, un libro y conferencias. La divulgación iba a generar los recursos para la investigación. Los documentales me permitirían hacer y producir una serie de sesiones con entrevistas posteriores y primer nivel de producción, de las que se nutriría la investigación. Y si bien sabia que eso significaba exponerme a la opinión pública, y eso de verdad no me dejaba dormir, sabía claramente que era la única forma de financiar mi proyecto. Entonces fue cuando empecé por grabar las sesiones y hacer entrevistas posteriores, con la misión de armar un documental con una narrativa que permitiera ser visto por un espectador y no por un científico, o un escéptico o mis padres, o mi psicoanalista.
Y entonces vuelvo al principio de todo, le puse Intangible Lab que fue como ponerle un nombre a mi camino espiritual, asi como alguien puede ponerle "peregrinación a la Meca" al suyo y saca sus pasajes, planifica su viaje y se sube a un avión. Estoy haciendo esto por mi, no por la ciencia, no por los seguidores, estoy respondiendo mis propias preguntas con mis propias respuestas y todo eso se llama Intangible Lab.
* Adaptación de la obra Yo, Medium (Ediciones B: Santiago, 2012). Agradecemos a los editores su permiso para la reproducción en el e-boletin Psi. Corregido y actualizado por Sebastián Lía.
** Graduado en Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Obtuvo un Master en la University of California, en Berkeley. Ha trabajado como director creativo y de contenidos en importantes agencias de publicidad, como la BBDO, entre otras. Trabajó para cadenas de TV tales como Megavisión y Chilevisión. Después de una profunda experiencia personal, Lía comenzó a desarrollar sus habilidades como medium “laico”; no asociado a práctica religiosa o doctrina específica. Creó un blog que logró nuclear miles de interesados en el campo conocido como AfterLife (la investigación de la evidencia de vida después de la muerte). Junto a la Universidad de las Comunicaciones (UNIACC) creó Intangible Lab con el objetivo de desarrollar un proyecto de investigación sobre la vida después de la muerte. En 2012, la Televisión Nacional de Chile (TVN) condujo Medium, un ciclo de documentales por TV, que conecta a muchas personas con sus familiares ya fallecidos. Lía también fue invitado a dictar una conferencia en el prestigioso ciclo TED –un foro de divulgación científica de la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Desarrollo. Actualmente es coordinador de los talleres “El Vuelo de la Mariposa” en Santiago de Chile, donde lleva a cabo un procedimiento para ayudar a dolientes por la pérdida de un ser querido.
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